Dos

Cuando Kerenski se casó con una bailarina en Petrogrado, cuentan que dijo un soldado: ¡Cuidado con Kornilov! He vuelto a ver el formidable film Octubre, de Einsestein, con música de Dimitri Shostakovich: 1917, la arrogancia del zarismo humillada, la burguesía caricaturizada, el pueblo en armas, la revolución triunfante, en fin, ¡el poder en manos de los soviets! Todavía no salgo del asombro de la tecnología y las comunicaciones actuales: en menos de un mes Rodrigo estuvo en Canadá. Y no acabo tampoco de agradecerles todas las atenciones y el cariño con que rodearon a mi muchacho durante su estadía en Toronto. El vino verdaderamente abrumado y contento, a tal punto que he estudiado la posibilidad seria de que abra un paréntesis de meses a sus estudios universitarios y realice algún curso de Humanidades en el país de la policía montada. Minana está bonita y tremenda. Cuando duerme, sueña que está peleando con alguien, pero enseguida se torna cariñosa y tierna. En el jardín infantil su comportamiento es excelente, pero en la casa se transforma (como el doctor Jekill y mister Hyde). Se la pasa pintando animales y dibujando payasos. Tiene predilección por Mickey Mouse, el Pato Donald, Pluto, Tribilín y Hugo, Paco y Luis, los tres paticos. En fin... No recuerdo cómo era el color de su cielo. Presumo que era azul, al igual que el de todos los pueblos mediterráneos del mundo. Sus calles polvorientas, rectas y vírgenes, fueron violadas por nuestras pisadas. Sus días eran muy tranquilos y apacibles (¿redundancia?). Sus noches, visitadas por el ronco rugido de los vampiros (?), eran un tanto borrascosas. Lo demás era un poco de creación. Llegamos al mediodía. El campero nos dejó a la deriva en la plazuela y nosotros nos miramos en silencio sin saber a dónde dirigirnos. Fumamos. El calor era insoportable, pero nadie sudaba. Un pequeño hotel nos dio albergue. (Corregir esta última frase). Allí almorzamos, hicimos una breve siesta y más tarde nos sentamos en la sala (?), encendimos el radio (o: ¿la radio?) y escuchamos algunas noticias. La sed nos invitaba a beber (¡óbvio!), pero en la población se desconocía un lugar donde vendieran ron. Entonces, por esta vez, nos bebimos la sed. (¡Hummm!). A las cuatro de la tarde había consumido mucho café. De pronto, él se levantó y salió del hotel. Yo lo imité. Seguí paso a paso mi propia figura elevada al cubo, y al llegar a la plazuela descubrimos en la esquina un bar. Automáticamente nos dirigimos hacia allí y pedimos ron. En ese momento empezó a llover. Y de entre la lluvia brotó una buseta alegre y tropical (¡Huyuyui, qué adjetivo!) como su nombre: “El cocotero”. La hicimos detener y con la botella en la mano penetramos en ella. Adentro sólo se oía una algarabía mulata (!). Unos acordeoneros amenizaban con paseos vallenatos. Mi padre y yo caminamos a través de esa pequeña multitud mojada (¡No, por Dios!) y no tuvimos más remedio que resignarnos a sentarnos en el solado (¡Uf!) del vehículo, en vista de que no había más sitio para nosotros. (Corregir! Pulir! Enriquecer ese párrafo!). Cuando llegamos a la ciudad comenzó a anochecer. Sudorosos y ébrios, cubiertos de lluvia y ron (?), nos apeamos de la chiva, sintiendo en nuestros corazones una extraña sensación de aventura y felicidad. (Muy simplón). Con el cabello alborotado y las camisas sucias, recorrimos la ciudad cantando ritmos tropicales (otra vez la palabreja), conversando animadamente y saludando a todo el mundo. Luego, sin darnos cuenta, avanzamos hacia la soledad de los suburbios. (¿Cómo así “sin darnos cuenta”?). Mi padre se detuvo entonces, colocó una mano sobre mi hombro y me dijo en tono grave: Hijo, escribe todo esto en memoria mía. (¿Un poco bíblico?). (Asteriscos). Murió unos meses después. Desde entonces lo busco desesperadamente en todos los rincones de la tierra. Con una angustia insaciable, donde clavo mis ojos espero encontrarlo. (Ya serenado el dolor, suena un poco cursi). Pero en vano. Solamente entre mis lágrimas (¡lo que faltaba!) parece que lo veo altivo, hermoso, viril (!!!), con una sonrisa que hacía ver bella la vida y con un andar que no se detenía ante nada. (No: esto último es sencillamente horrible). Pero todo lo que pienso es ilusorio (?). Sin embargo, conservo una esperanza que puede parecer insulsa, ingenua, infantil (tres adjetivos inútiles): algún día, cuando mis pasos me lleven de nuevo a aquella pintoresca población escondida en el Departamento del Magdalena, lo buscaré por todos sus linderos y suburbios. Lo llamaré hasta que acuda a mí y, de nuevo, ante su presencia, tornaré a seguir sus pasos, tras de mi propia figura. (Ahí se enredó el Complejo de Edipo o de Electra con una mala imagen literaria!). Entonces la vida volverá a ser normal. (O reconstruyo el relato paso a paso o lo rompo, lo quemo y lo olvido irremediablemente). Música predominante mientras escribo Ómphalos: La cenicienta y Romeo y Julieta, de Prokofiev. Hoy he comido arroz blanco, carne molida y crispetas. Café con leche, pan integral y Coca-Cola. Martha y yo, reinventando a los 15 años, las canciones y los gestos de la película West Side Story. Escucho sus danzas sinfónicas y el tiempo se detiene, se instala en la emoción glacial de mi corazón. ¿Tú crees, Nicolás, que tu creación depende de tu estado de ánimo? Me lo pregunto para reafirmarme que es así. ¿Debes hacerlo con más constancia? Es que solamente con constancia, con disciplina, con voluntad se puede llegar a algo. Pero cuando vas a escribir entonces se te meten en la cabeza montones de reflexiones metafísicas. Sí, esa es la vaina. Que si la eternidad existe. Que si es circular. Que si esto, que si lo otro. Bueno, pero termina la cháchara existencial y comienza a escribir en serio. Algo así como: el hombre se incorporó trabajosamente, etc. Esto parece un diálogo oblicuo. No parece: lo es. Estaba pesando 100 kilos, porque no había podido dejar el vicio del arequipe y el bocadillo de guayaba. Antes! Opté entonces por no desayunar. A las seis y media de la mañana preparaba un pocillo de agua de valeriana, un neuro-estabilizador para combatir la ansiedad con que me despertaba últimamente. Un día, aprovechando que Bertha y Minana estaban en vacaciones del trabajo y del jardín, me levanté antes de salir el sol. Me di un baño de agua caliente y antes de vestirme preparé un café negro. Llegué a la oficina a las siete de la mañana. Sólo estaba la jefe de mi oficina concentrada entre un cerro de papeles e informes financieros. Me planté en la puerta y la fuerza de la mirada la obligó a levantar el rostro. Se sorprendió. Hola, Nicolás. Yo avancé. Sonrió resignada. Yo ya no duermo ni como ni sueño por estar revisando cifras. Yo avancé. Me coloqué a sus espaldas y fingí mirar los números. Calculé el alcance de mis manos y con ademán fuerte y dulce a la vez le acaricié la mejilla izquierda con mi diestra. Ella miró con asombro, sorprendida en un principio, aterrorizada luego y con franca repulsión instantes después. Me mordió la muñeca y no apartó los dientes hasta cuando le halé el cabello con la otra mano. Gritó, pero nadie, excepto yo, la escuchó. Comenzó a desesperarse, mientras yo forcejeaba, y alcanzó a sacar la pistola de la gaveta del escritorio. Con la izquierda le arrebaté el arma, pero ella volvió a sujetarla. Cuando disparó el gatillo, mi mano dobló la de ella y le dio justo en la nariz aquilina, lo que le ocasionó una torrencial hemorragia que la derribó al piso, no sin antes manchar de sangre papeles, libros, informes y objetos diversos. Aterrado salí corriendo y bajé apresuradamente las escaleras, donde tropecé con ocasionales empleados madrugadores. Ahora voy casi al trote hacia la misma oficina, muy temprano, lleno de sentimientos confusos y contradictorios. Pero estoy listo a responder por mis actos. Estoy aturdido y ansioso. Llego a las 8 en punto. Los compañeros marcan sus tarjetas con afán y ocupan sus cubículos. El ambiente es color ceniza y no logro comprender con claridad los acontecimientos. El corazón se acelera y las tripas me torturan. Al fondo alcanzo a ver a la jefe concentrada sobre un cerro de papeles. Me acerco con precaución. Con miedo. Veo que la mujer se incorpora y extrae de la cartera una polvera. Se mira al espejo y se acicala el rostro. A medida que me voy acercando observo que su nariz griega está en perfecto estado. De pronto, cierra la polvera, me mira fijamente y con una gran sonrisa murmura mecánicamente: Hola, Nicolás. Buenos días, jefe. Y la flor virginal intacta. ¿William qué? ¿William Thorpe? No. William... Dos sílabas. Lo sé. Eso es seguro. ¿Burger? No! ¿William Torther? Nada. Con seguridad son dos sílabas. Palabra grave. Pero... Sí, es el autor de El señor de las moscas, el ganador del Premio Nobel el año inmediatamente después de García Márquez. Comenzó su carrera novelística a los 40 años, como yo. ¿William Thorne? Talvez... Thorne, el esposo de Manuelita Sáenz, era inglés... Pero no. ¿Sorge? ¿Borge? ¿Norge? Nada de eso. Nada de nada. Nada. ¡Qué cabeza! ¡Qué mollera! ¡Qué memoria de burro! ¿Morning? No, hombre. Rima con Faulkner, pero... nada! Trato de visualizar las carátulas de sus libros. Y nada. El fascículo literario sobre su vida. La memoria fotográfica. Me llaman por teléfono. Si, ajá. Claro... Súbitamente y sin que nada mediara o asociara el asunto, me digo: ¡Golding! Claro: ¡William Golding! Eureka, eureka! Canto, cántaro y cuento. Tengo una raya de pureza: las manos limpias, los ojos puros, el cuerpo intocado, la flor virginal intacta. Con doscientos sesenta y cinco mil millones de pesos se pueden construir veintidós mil soluciones de vivienda en Bogotá. Atig atina quipacana may miscuna taqui cushi arijala causay cunyag macana cashpa atina. El que vence prevalece en el futuro justo del delirio. La vida que arde formando llamas, es canto dulce de victoria. Poema quéchua que me regaló Mónica Madroñero, pastusa, canceriana, tierna. Marguerite Yourcenar: la novela devora hoy todas las formas: estamos casi obligados a pasar por ella. XYZ. Uno llegado a cierta edad, es mucho lo que calla. A veces, siente que las emociones disminuyen. Cuando yo tenía 20 años sentía una inenarrable alegría al leer una bibliografía; las letras en bastardilla parecían plateadas, relumbrantes. La emoción era profunda, arterial. Ahora, ni me va ni me viene. Lo mismo me ocurre con las cronologías. Las prefería cuando quería conocer de paso a un autor o a un personaje histórico. Quizás me proyectaba. Qué goce íntimo tan colosal! Ahora, no solamente no me produce el más mínimo regocijo sino que siento hastío, a veces angustia. El trago, hermano, el trago. El trago hace estragos, maestro. Me miraba así, por encima del hombro, como de Monserrate a la Sabana, que-si-o-qué, pero a mí no me importaba. Yo andaba en mi cuento: tratando de escribir, de pulir mi estilo, de plasmar en el papel mis obsesiones. Soñaba con ir a París, a Nueva York, a Londres. Entonces, me importaba un pito que me miraran, me quisieran o no me quisieran, me entendieran o no me entendieran. A veces me atormentaba el problema del tiempo: conocí a un vecino que tenía 32 años en aquella época. Ahora tiene 70. ¿Qué pasó? O me ponía a pensar en asuntos extraterrenales y terminaba extenuado, angustiado, ansioso, definitivamente infeliz. Tenía que acudir a las agüitas aromáticas neuro-estabilizadoras. La gota no me deja caminar. Me bebí con Colombia Truque dos botellas de vino chileno, uno rojo y un “Maipú” tinto. El ácido úrico no perdonó. Y el dolor de la ciática me tumbó precisamente cuando tenía que cargar un montón de libros y a Minana, en una incomodidad mortificante, sobre todo, para subir a los buses. El escritor de 50 ó 60 años no es el poeta de 16 ó de 20. ¡Qué hacer! Amo al adolescente solitario e irresponsable, pero también al soñador maduro de hoy. Los dos hacen una afortunada síntesis. ¿Necesitas qué, mi amor?, pregunta Pili. Drrruílllo, jahhaaja... Entre el Caribe y los Andes, entre el cielo y el infierno, entre Joyce y Henry Miller. En el mismo minuto: yo pienso: en el mismo minuto: yo escribo: en el mismo minuto: ideo alguna frase: en el mismo minuto: Olga dice: Ah! ¿Sabes qué? Lo puedo pasar a plantillas. Rosa Elena: entidades que tienen proyección... María Ascención recoge el pocillo de tinto y al ver que faltan dos sorbos se arrepiente: Huy! qué pena!, en el mismo minuto: se lucha, se batalla en otro mapa, en Yugoslavia o en el Medio Oriente; en el mismo minuto: alguien agrede al prójimo en la Carrera Décima de Bogotá o cerca al Zócalo en Ciudad de México; alguien duerme, una pareja hace el amor o el desamor o el sexo; Rodrigo habla con una compañera de la Universidad en la cafetería; Minana se trepa sobre mi hombro derecho e intenta meter los deditos en la máquina; Evans se pone de pie y me saluda con un golpe cariñoso en la espalda; en el mismo minuto: dos timbres de teléfono; onomatopeyas: de la máquina de escribir, de la impresora del computador, de ocho voces femeninas y cuatro masculinas; alguien envolviendo algo en una bolsa de papel; Bertha me recuerda que hay que llevar a Minana a un jardín vacacional; en el mismo minuto: ardo de fiebre, de deseos, de dolor, de ansiedad, de alegría, de incertidumbre y de sensatez. Alto, fuerte, ancho de hombros, con una eterna sonrisa irónica bajo la nariz aguileña y los ojos luciferinos, contaba cómo había sido su vida sexual durante su primera juventud: proeza tras proeza. Se jactaba de haber sido dotado por la naturaleza con una excepcional virilidad. Orgulloso de su privilegio, había intentando más de una vez metérselo a sí mismo. En vano, desde luego. ¡Barajo para Arnulfo! Recordando a Langston Hughes: he recorrido ríos, viejos, oscuros con la edad del mundo, y con ellos tan viejos y sombríos, el corazón se me volvió profundo. Yo tenía 14 años. Mientras me bañaba comía caramelos de leche y fumaba “Kent”. Colocaba el cigarrillo junto a los cepillos de dientes y al fumar lo volvía a tomar con las puntas de los dedos mojados. La ducha caliente era el puente entre el hombre y la felicidad. Recitaba en voz alta varios poemas de la Canción de gesta de Neruda. Salía del baño como un ángel recién nacido, peinado y feliz. La dueña de la casa, una anciana de voz gruesa, se reía socarronamente. Murmuraba: Nicolás va a ser dictador. En la calle 10, las putas se asombraban: ¿Nunca se ha acostado con ninguna mujer? No, respondía tímidamente. Algunas se entusiasmaban: comerse a un virgo trae siete años de felicidad. Otras se encogían de hombros. Una de ellas miraba hacia el lado opuesto de donde me hallaba y hablaba con el aire: debe ser marica o pajuelo. Y escribía, escribía, para saber por qué escribía. Un cuerpo..., un costal de piel, un zurrón agobiado con 50 años de uso sin tregua, arropa a un niño miedoso y sonriente, que se quedó en las 13 primaveras comenzando un libro que jamás termina. Valentín Victoria, poeta de un solo soneto, novelista de una sola novela, dilettante y bohemio, de 65 años muy bien vividos, le había contado a Nicolás Aédo una extraña experiencia ocurrida en el París existencialista de los años 50: una joven pareja de estudiantes de Antropología compartía con él un pequeño departamento en la orilla izquierda del Sena. El marido era un apuesto intelectual de gafas sin aros, acento delicado y sonrisa fácil, que conversaba infinitamente de literatura francesa con Valentín hasta la medianoche. La esposa, una trigueña de ojos verdes, más fea que bonita, transmitía un irracional deseo sexual. Una noche de vinos, Valentín y el muchacho fueron más allá del beso apasionado. Aquel sintió que acariciaba y poseía al poseedor de la atractiva mujer. Al día siguiente, en la tarde, ella seducía al veterano escritor con artes de magia inigualables. Valentín experimentó un placer infinito que ya creía para siempre imposible de vivirlo. La delicia de aquella aventura triangular sólo ocurrió una vez: la suficiente como para seguir viviendo torrencialmente con sólo el recuerdo de aquella sesión memorable. Los tres, en sus soledades, experimentaron hermosas satisfacciones, aunque también, serios remordimientos. Nunca supo Valentín si la pareja entre sí se comunicó la experiencia, pero le confesó a Nicolás que debió mudarse a los pocos días de la buhardilla y nunca más volvió a ver a la pareja ni tampoco volvió a tener una experiencia semejante en su vida. Veinte años después, aún se asombraba de haberla vivido. El lenguaje, dice José María Valverde, asume el papel de protagonista, evidenciando que el hombre es hombre por ser hablante, y que la vida mental no marcha si no es en cuanto se encarna en palabras. En los años 60 los narradores novicios nadábamos entre dos aguas: los que querían contar una historia rural, con el tema de la violencia de los 50, en un pueblo con alcalde militar, cura conservador, juez liberal, muchacha linda, ingenua, forastero heróico y bobo local. La narración tradicional, en tercera persona, con diálogos entremezclados y unos cuantos monólogos. Exordio, nudo y desenlace. Y punto. Y los que queríamos imitar a Cortázar, a Vargas Llosa, a Cabrera Infante y a Rulfo: jugábamos con el tiempo, introducíamos signos extraños en el texto y experimentábamos al derecho y al revés con el pobre lenguaje que todo lo aguanta. Al final, el fruto era pobre, porque nos seducía más la forma que el fondo. ¿No estarás haciendo lo mismo ahora, Nikolai? ¡Nooo! claro que no! Esto es otra cosa! En esos años felices leíamos: el Diario nocturno, de Ennio Flaiano; Don Mirócletes, de Fernando González; El rey viejo, de Fernando Benítez; Luz de agosto, de Faulkner; La vida feliz de Francis Macomber y otros cuentos de Hemingway; La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes; La casa grande, de Alvaro Cepeda Samudio; La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez; Pedro Páramo de Rulfo; Los albañiles y Estudio Q, de Vicente Leñero; Eloy, de Carlos Droguett y toda la narrativa española que publicaban las editoriales españolas. En abril de 1968, cuando teníamos 22 años, edad dorada, febril, casi marítima, los poetas de Bogotá nos tomamos una foto histórica. Estaba de moda la música de Myriam Makeba, el Pata-pata y el “Poder negro”, estaba desafiando seriamente el establecimiento norteamericano. Uno de sus líderes declaró una vez: estamos dispuestos a quemar a los Estados Unidos, y diciendo esto, sus partidarios incendiaron las grandes ciudades de la Unión. Cuando escuchábamos a Los Beatles nos transportábamos a la dimensión desconocida. Compañeros poetas, algunos nadaístas, otros hippies, amigos que vendían moras de los cerros en la calle 60, compañeras que habían vivido en Nueva York sentían nostalgia del presente en medio del humo de la marihuana, de los toques de coca, de las alucinaciones del LSD y del hachís; collares con los signos del amor, flores y gestos pacifistas, retornos al Oriente tibetano, alegría interior y trajes que rompían tradiciones e inventaban estéticas a la vista, inauguraban una época. Los americanos eran implacables y crueles con los vietnamitas: pilotos gringos enmarihuanados bombardeaban poblaciones enteras. Para nada: Vietnam ganó la guerra, le propinó a sus agresores la más humillante derrota de toda su historia imperial. Sin embargo, nos mataron a Camilo y al Ché. Cuando los estudiantes de París al mando de Daniel Cohn-Bendit ---”Danny el Rojo”--- le dijeron al poeta Louis Aragón: vete de aquí, viejito gotoso, a mi me dolió en el alma, pues adoraba al “Loco de Elsa”. Escuchábamos al mismo tiempo música de Bach y a Richie Ray cantándole al “viejo Sebastián”; a Santana, a Agustín Lara, a Daniel Santos, a la Billo’s, a Escalona y a Alejo Durán, a los Rolling Stones, a los Papas y los Mamas, a Joan Baez y Bob Dylan, a Rolando Laserie, a Carlos Puebla, a Atahualpa Yupanqui, a Los Cuyos y a Los Chalchaleros; adorábamos las películas de Antonioni, Godard, Fellini y Buñuel. Después de ver Blow-up, endiosamos a Verushka y también a Cortázar, pero sobre todo a Julie Christie. El boom reinaba: Gabo, Rulfo, Vargas Llosa, Fuentes, el viejo Julio. Neruda vino a Bogotá. José Luis publicó El laberinto, tratando de imitar poéticamente a los narradores del boom; nos visitó el Papa Pablo VI; odiábamos a Johnson, ese vaquero ignorante, como le decía Fidel, y a Nixon por criminal, por genocida. En Colombia gobernaba con mano dura Lleras Restrepo; la estrella de De Gaulle declinaba; Mao era Mao y Lin Piao su profeta; alegría de los pueblos; soñábamos, soñábamos, soñábamos; fumábamos “Pielroja”, “Pall Mall” y cigarrillos ingleses de contrabando; bebíamos todos los tragos a cualquier hora y por cualquier motivo; Clara Samper y yo tomábamos vino sentados en los andenes del “Polo Club”, hablando de los judíos y palestinos; los grupos de teatro cosechaban éxitos internacionales; mis amores promiscuos se multiplicaban en el barrio Palermo; cuando oíamos Hey Jude, nos poníamos de pie; cuando escuchaba Sun sing Superman, pensaba en un pajarito muerto en garras de mi gato; llorábamos; nos reíamos del Maharishi, pero lo respetábamos; vimos diecisiete veces Woodstock; Capote nos helaba la sangre con sus narraciones escalofriantes; despertaba Africa; firmábamos manifiestos pidiendo la libertad de Mandela; la revolución en América Latina estaba a la vuelta de la esquina. Los poetas jóvenes, los nuevos narradores, los noveles artistas, los miembros de “La Generación sin Nombre”, nos veíamos, nos saludábamos en la Séptima, en el centro de Bogotá, tan rico, en Chapinero, hola Marta, qué hubo Santiago, en “El Cisne”, en “El Agujero”, en “La Romana”, o en “La Piñata”, “El Colonial”, el “Robin Hood”. En el “Mogador” vimos la versión cinematográfica de Pedro Páramo, con otro título; nadie sabía; cuando encendieron las luces estábamos allí los mismos: Augusto, Magola, Luis, Carmen Lidia, Alvaro, Esmeralda, José Luis, Clara, Nelson, Marianella, Nicolás y Anabel. En apartamentos cerca de la Universidad Nacional nos refugiábamos a beber aguardiente helado o ron caliente con pétalos de rosa que preparaba un comandante guerrillero clandestino en la ciudad; oíamos Samba, de mi esperanza, música andina, salsa cubana, un poco de rock, muy poco, ¡Qué año tan largo, tan mágico y tan luminoso fue 1968! Otro título para la lista de libros ficticios: El camino a Rouen, de Harry Street, el escritor protagonista de Las nieves de Kilimanjaro. La marea de mi corazón es tan alta como sus olas. La elección del designado. El cóndor. Anabel. Macondo. La Guaira. El general-presidente. La piocha. Islamabad. El skalde. Margot Loyola cantó para mí: La cachunga la señorita, la cachunga congolí, qué linda la señorita, mucho corazón pa’tí. Begin to begin, en la voz de Carlos Julio Ramírez. A los 12 años veo Arquimedes el vagabundo, con Jean Gabin. No olvido el baile del anciano en medio del desdén y del frío. Corroído por el flagelo arterial del remordimiento. Se las sabe todas; es el putas. Sabe cómo tirar. En eso nadie le da lecciones. Las mujeres deliran y luego quedan en un estado de encantamiento. Parece que después de los sensuales preludios, el hombre toca suavemente con la proa del glande la campanilla del clítoris, enseguida desliza el durísimo palomo hacia los delicados abismos, mientras sus ojos entrecerrados y la alegría arqueada de sus labios incitan al deleite íntimo, con cínica y segura sonrisa de caribe simpático (para unos, porque para los resentidos resulta ser una sonrisa jarta, incómoda, que produce rabia o quizá envidia). La pasión se desata cuando el miembro zigzaguea, se desliza, se sale, se mete y se saca y se mete y se saca y se mete como el cajón de Joselito en el carnaval de Curramba hasta el jadeo final. Los demonios se acercan, pero huyen. Abominables sombras tratan de circundar mis fronteras, pero llega la luz barriendo ágrios mordiscos. Eros me incendia. Baco me ilumina. La casa de poesía toda llena de murmullos de susurros y de cánticos de hadas y de tósigos mamones, de lagartos gotereros sapos lobos y algo más. La literatura es mitad verdad y mitad mentira, pero no es ni la una ni la otra, es simplemente, literatura. Mientras yo bebía diecisiete copas de vino en Luxemburgo el 17 de diciembre, Águeda Sotomayor entraba a las 2 y 22 minutos de la tarde, hora de Colombia, a una clínica clandestina de Bogotá para abortar una criatura mía. Exactamente el mismo día a la misma hora con sus minutos y segundos, Yolanda Sotomayor, humilde mujer que nada tenía que ver con la anterior a pesar de tener el mismo apellido, abortaba una criatura mía en un consultorio clandestino al sur de la ciudad, a manos de un mediquillo moreno que durante la anestesia le había besado el cuerpo apasionadamente. En ningún caso tenía yo noticia de estos embarazos y cuando supe por boca de ellas mismas ---el mismo día a horas distintas---, el terrible desenlace, lloré de furia y me dediqué a beber diecisiete copas de vino, diecisiete días después de haber regresado de Europa. Han cumplido 50 años: Silvio Rodríguez, Bill Clinton, Silvester Stallone, Liza Minelli, Diane Keaton, Oliver Stone, José Carreras, David Lynch, la bellísima Cher y Nicolás Aédo. Tenía en la mente la idea de escribir. Desde 1976 estaba absolutamente absorbido en su primera novela. Era otro hombre. Después dirá que fue su libro más original. ¿Por qué las mujeres se ponen eufóricas cuando beben? ¡Se descubre el secreto! Los científicos indican que la responsable de ese efecto es nada menos que la testosterona. Recientes estudios publicados en el diario Nature, demostraron que cuando la mujer ingiere bebidas alcohólicas, su organismo aumenta la producción de esta hormona masculina, especialmente durante la ovulación o cuando se toman pastillas anticonceptivas, haciendo que se sienta más atractiva y animada. Talvez Gombrowicz me ayude: en Ferdydurke hay un duelo de muecas entre escolares. Uno de ellos, Syphon, ensaya muecas del alma noble, sublime; el otro, Mentus, las de lo plebeyo, lo vulgar... Los dos se han enmascarado y adoptan formas antiguas, aunque antiéticas... En Ferdydurke, las partes del cuerpo, por ejemplo, se repiten con una cierta obsesión... 1948: no hace nada en el banco, aparte de escribir su novela Trasatlántico... En mi novela La seducción, dos viejos voyeurs excitan a los jóvenes a través de los cuales quieren sentir algo; pero esa misma fascinación que les suscitan, les hace inferiores... En Cosmos, los temas del monumento de nuestra literatura nacional, Sienkiewicz, están presentes de una forma rara. La forma no debe ajustarse al contenido sino justamente lo contrario; porque así es como se muestran todas las demás incongruencias y se obtiene esa distancia necesaria hacia la forma, hacia toda la tradición y cultura. Porque el hombre debe ser dueño de las formas que adopta y no esclavo de ellas... En Cosmos usted mira la lluvia, luego observa otra lluvia, pero ya que ha visto antes una, esta lluvia le parece más significativa, etc. Llega hasta cinco o seis lluvias, y entonces eso aumenta y estalla... Este signo está representado por el cangrejo, la criatura perfecta para mostrar los dos aspectos de las personas nacidas bajo Cáncer. Como el cangrejo, tienen una caparazón un tanto alarmante que recubre un corazón frágil y vulnerable. Con todo, son física y psíquicamente muy resistentes. El nativo de Cáncer habla poco y pocas veces es comunicativo. Su timidez innata y su limitada capacidad de tomar decisiones suelen ser disimuladas con actitudes de altivez y engreimiento. De una u otra manera estas personas se consideran seres fuera de serie convencidos de su superioridad. Su deseo permanente de cambio, especialmente en la juventud, los suele mantener inquietos. Ocurrencias repentinas o súbitas fantasías los lleva a cometer errores que suelen atribuir a injusticias del destino. Aman la soledad y su capacidad de compasión es profunda, por esto son contadas las personalidades de este signo que se atreven a ser jueces de los demás. Para entonces te veré, Anabel. Beberemos vino rojo y volveremos a encontrar dulcemente la piel sedosa de nuestras mejillas y de nuestros labios. Eso vendrá a su tiempo y será pronto, decía el poeta. Ahora, abandonémonos a este ocio invisible. Rodrigo se vino a vivir conmigo definitivamente. Por la cercanía a la Universidad y por comodidad. Compró un hermoso estante de bambú para sus libros y adornó las paredes con los afiches que ha traído de sus viajes a los Estados Unidos, especialmente del último, cuando estuvo en Nueva York: de Woody Allen, Marilyn Monroe, de la bahía de Manhattan. Está entusiasmado con el Derecho, aunque su verdadera vocación se orienta por el lado de la poesía, el cine, el periodismo. Por su parte, Minana está grande y bonita. Se la pasa comiendo: consume Coca-Cola con habichuelas, sopa con arequipe, gelatina con carne molida. Adora su jardín infantil y cuando la levanto, muy temprano, para bañarla no opone resistencia. Recibe la ducha de agua tibia con los ojos aún cerrados y juega con las manos en el agua. Es muy creativa y por las tardes se va al cuarto de mi madre y las dos se dedican a pintar horas enteras. Minana es independiente y voluntariosa, pero a su abuela la obedece ciegamente. Bertha ya está recuperada de su operación quirúrgica: fue un imprevisto angustioso, pues de un momento a otro comenzó a brotarse por todo el cuerpo mientras daba gritos de dolor. Hubo un momento en que pensó que iba a morir. Acababa de tomar un buen vaso de salpicón con helado, cerca de “Galerías” cuando sobrevino la crisis. Nos subimos a un taxi, con Minana en mis piernas, y en medio de tremendos trancones, los gritos de Bertha lograron desesperar al conductor. En la clínica, el médico captó con rapidez el problema y ordenó de inmediato la cirugía. Le extirparon la vesícula y unos cuantos cálculos. Todo salió perfecto. Ahora se está capacitando en la oficina para asegurar su estabilidad laboral. Su mayor deseo es comprar un computador con impresora a fin de trabajar en la casa. De mi operación de la hernia, en cambio, me quedó una aguda depresión, con angustia y ansiedad, con la autoestima en el subsuelo, como un demonio interior que me hace sudar frío día, tarde y noche, sin saber por qué, ni de cuándo, ni de dónde, ni cómo exorcizarlo, ni cómo destruírlo. Toda la literatura norteamericana sale de un solo libro de Mark Twain: Aventuras de Huckleberry Finn. ¿Hemingway? Nicolás, Nicolás Aédo, poeta mío, no sé quién me motiva a escribir, será el amigo, el poeta, el escritor...? ¿Serán los tres? ¿O a lo mejor unos deseos inmensos de comunicarme contigo, y no tener otra forma de hacerlo? Te cuento que el 25 de diciembre, muy temprano, a eso de las nueve de la mañana, acabé de leer tu novela. Luego, aprovechando la tranquilidad de los días de descanso de vacaciones, volví a leerla. Mi opinión ya te la dí y en ella me sostengo. Quiero comentarte además que de esa lectura me quedaron algunas inquietudes, tales como leer las obras de Simone de Beauvoir, de quien hace algún tiempo había conocido La mujer rota y otros relatos que fueron publicados en la Colección de “Literatura Universal”. El otro día, al pasar por la Librería Buchholz, adquirí El Segundo sexo, una obra de verdad bastante interesante. La Sonata Primavera de Beethoven... ¡Oh Dios! ¡Cuántos deseos tengo de escucharla...! Pienso que cuando tengas unos minutos libres podríamos conversar un rato. Puede ser un domingo en horas de la mañana. ¿Por qué? Creo que es necesario. Además te tengo una sorpresa musical. Miro mi letra y me aterra ver el tamaño. Talvez, inconscientemente, sea un mecanismo para lograr llenar estos espacios en blanco a los cuales les tengo verdadero miedo. Con todo mi afecto, Rosa María. Mi novela, mi novela. Estoy sumergido en mi novela como un perseguido tras los muros. Es mi parasol, mi coraza, mi túnica salvadora. Hoy la seguridad íntima femenina es aguamarina. Íntima. Aguamarina, ducha íntima. Su más íntima protección. Íntima Aguamarina es una ducha íntima desechable, lista para su uso, creada para la higiene de la mujer. Combate los flujos crónicos y algunos virus frecuentes en la vida moderna. Previene los hedores y actúa como profiláctico después del acto sexual. Es 100% higiénica. Con su exclusivo sistema de cánula automática solo se requiere halar y la ducha queda lista para su uso. He venido a verte, Nicolás, porque mis sentimientos también cuentan y creo merecer el respeto suficiente como para dialogar contigo acerca de tu manera de acabar con esto. Si eres tan inmaduro que no quieres hacerlo, piensa que tú eres responsable en gran medida de mi situación de ahora. Toda relación es entre dos y cada uno es responsable en ella. Si se va a acabar como has acabado con tus 96 mujeres pues por lo menos dame el privilegio de que sea conversado. No creo merecerme en absoluto esta maldita zozobra, pues aún te quiero demasiado como para tener que soportar esta angustia. Si dices que me respetas, por favor, dialoguemos. Tú eres responsable de mi vida ahora, pues ya sabes lo sola que me encuentro. No soy una cualquiera para que me desprecies y me humilles de esta manera y tú no eres un niño. Por favor, estoy en ascuas y necesito hablar contigo. No me niegues un diálogo aunque sea breve. Yo no lamento en absoluto haberte conocido, sino todo lo contrario, me concediste el privilegio de ser tu mujer durante unas semanas y fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Por eso no puedo creer que ahora debas negarme las palabras finales. He examinado mis actos y no encuentro nada en ellos como para que me trates de la manera que lo haces. Si es que en tan corto tiempo encontraste otro amor que te reemplace el mío yo sabré entenderlo, pues ya no soy una niña, tengo la suficiente madurez para afrontar lo que venga, menos la incertidumbre. Tuya todavía, Ludmila. ¡Buen trabajo, Mickey! ¡Todavía estamos a flote! ¡Vamos, Pluto! ¡Es fácil! ¡Bien, ya estamos en tierra firme! ¡Talvez podamos encontrar las huellas del camión! ¡Grrr! ¡Pluto olfateó algo! ¡Oh agua de nuevo! ¡Debemos tener cuidado, los pantanos son traicioneros! ¡El fondo parece firme, jefe! ¡Allí veo tierra! ¡Pero aquí no hay huella, Mickey¡ ¿Qué vamos a hacer? ¡Shiiit! ¡Guau! ¿Oíste algo, Pluto? ¡Se trata sólo de un tronco hueco! ¡Grrr! ¡No creo que sea sólo eso! ¡Escucha! ¡Bienvenidos, amigos! ¡Cayeron en mi trampa justo en el momento en que más lo necesitaba!... Galo era erotómano y voyerista. Andaba con maricos y hasta mariconeaba con ellos cuando ayudaba a las mamasantas en los putaendos. Allí aseaba los cagatorios inundados de cagarrutas evacuadas por los embriagados clientes de las nocheras y escuchaba en ratos de silencio suspiros y jadeos, palabrotas y susurros, además de eructos, estornudos, pedos sonoros y ventosidades imperceptibles. Variación: Galo era erotómano, voyerista y flatulente. Andaba con maricos y hasta mariconeaba con ellos mientras ayudaba a las alcahuetas en los más sórdidos putaendos. Aseaba los cagatorios inundados de cagarrutas evacuadas en las noches por los embriagados clientes de las rameras, y escuchaba a ratos palabrotas y susurros, suspiros y jadeos, eructos y pedorreras, estornudos y alaridos, ventosidades tremendas y murmullos de meados sobre la madera. Elsa Noir, Rosaline, Nirsa Leo, Dronelas, Ron es isla, Ser Ilona, Irán león. El arte no sólo nos deleita, también nos sorprende: la película que mejor retrata a mi generación es quizá Novia que te vea, de Guita Schyfter, que narra las visicitudes de Rebeca (Rifke) Groman y de su amiga Oshi Matarazzo. Rebeca es una niña judía nacida en Turquía en 1944. La historia comienza en México a donde los padres han emigrado. En 1951 pertenecen a una de las miles de familias judías que anclaron en Lagunilla; larga travesía de la infancia a la adolescencia, junto a su paisana y contemporánea Oshi; entre tradiciones y deslumbramientos; los años 60, la Revolución Cubana, mítines y consignas y Neruda leyendo sus poemas con voz de letanía lluviosa en Ciudad de México; la militancia comunista, el romance con Saavedra, el líder de las Juventudes, su prisión mientras el señor y la señora Kennedy visitan la City; La Internacional; los amores contrariados; la huída a Guadalajara; el amor, las pasiones; la integración familiar; los años 70, 80... Saavedra, diputado, Rifke, antropóloga, Oshi, pintora afamada; los hijos ven la Guerra de las galaxias; la historia comienza y termina repasando álbumes con fotografías de los abuelos: siempre pensé, dice Rebeca, que eran fotografías de la Biblia. Escenas maravillosas de Vicente Rojo. Toda esa (mi) vida parece salpicada de episodios entresacados de las novelas de Jorge Semprún. U, Oé, Plá, Díaz, Solís, Abadía, Herrera, Cortázar, Melgarejo, Echavarría, Olavarrieta, Villaviciosa, Valdeblánquez, Aristiguieta, Ordosgoitia, Santamaría, Campuzano, Granados, Vergara, Revelo, Tovar, Vera, Paz, Li, O. Escribe José Saramago: la novela es una máscara que oculta y al mismo tiempo revela los trazos del novelista. Si la persona que el novelista es, no interesa, la novela no puede interesar. El lector no lee la novela, lee al novelista. Tú, el que portas este memorial de sueños, y que desde aquella noche conquistaste mi corazón, eres desde hoy, ante el día y la noche, la brisa y las estrellas, el elegido para nuestra alianza de eterno amor y perpetua unión, y de ello dan fé las danzarinas horas de este instante. A. Hay instantes ---breves, extensos--- de inmensa dicha y otros de profunda depresión, eso lo sabemos. Ambos estados, melancolía y júbilo, constituyen las dos alas con que vuela la existencia. No nos quejemos; la vida necesita del día y de la noche, de la primavera y del invierno. ¡Qué terrible sería que todo el tiempo el semáforo alumbrara luz verde! Cuando está en rojo estamos expectantes, impacientes; luego, una luz amarilla nos invita al alivio inmediato, a prepararnos; llega el verde y es la libertad, la dicha, la suprema alegría de seguir viviendo. Ahora, muy diligente, después de frotarme las manos frente a la taza de café humeante, debo concentrarme en el análisis presupuestal de las localidades de Bogotá: los recursos asignados por la administración central no han correspondido al inventario real de las necesidades básicas insatisfechas. Durante aquellas largas veladas a orillas de los raudales, recordábamos el mundo civilizado al que pertenecíamos y que, a través de la selva y de la distancia que de él nos separaban, se nos antojaba como ficción que alguien nos hubiera narrado, o como recuerdo de una vida anterior. Aquella tarde en la alameda, loca de amor la dulce idolatrada mía, me ofreció los claveles de su boca. Y el Buda de basalto sonreía... Menos 5º centígrados... 80º cardíacos... Los demás whiskies van a la cabeza... “Escocia” va al espíritu... (Prohíbase el expendio de bebidas embriagantes a menores de edad). Cuando era tan solo un chino, me diste confianza. A medida que fui creciendo, me encarrilaste. En la primera juventud, me otorgaste valor y alegría. Ahora que empiezo a recorrer mi camino, me obsequias una pluma “Stevenson”. Con este maravilloso detalle me has dado alas para triunfar. Los ingleses siempre han sido reconocidos por su elegancia y perfección. Pero en ninguna obra es ésto tan relievante como en la extraordinaria elaboración de los instrumentos de escritura “Stevenson”. Como el Real Son 120, con sus distintivos acabados en oro de 23 kilates. “Stevenson” de London es la ideal celebración del arte y el gusto británicos. “Stevenson”. Londres. Garantía internacional perenne. De venta en joyerías de prestigio. Durante el día me baño de sol y optimismo. Salgo con Minana y la dejo en el Jardín. Me dirijo a la oficina y trabajo concentrado revisando informes y recorriendo cifras durante interminables horas. Bertha, frente al computador, pasa a limpio centenares de páginas preparadas por los analistas de la oficina. Al atardecer, de nuevo en familia, veo un poco de televisión y comienzo a deprimirme. Más tarde duermo unas horas y despierto en la madrugada ansioso, angustiado, pesimista, temeroso, definitivamente destruído. En aquellos tiempos remotos suponíamos que toda mujer barrigona tenía la chocha ancha, que todo tipo con bigotes era un guache y que todo gordito calvo y sonriente era cacorro. Hoy: dos hechos gratísimos (e insólitos): en el supermercado, mientras compraba una botella de vodka inglesa, tocaban los valses más conocidos de Kreitzler. Y en la tarde, mientras bebía una taza de café negro en “San Fermín”, viendo reverdecer las hojas de los urapanes, bajo un torrencial aguacero de enero, escucho el mejor jazz de las mejores trompetas de los años 60. Sólo falta que esta noche cuando vaya a comer al “Maycamé”, doña Inés del alma mía haga sonar la Sinfonía en Re Menor de César Frank. Oía el murmullo en la oficina porque áuribug mnigarr a ragaocaraj ohombres adultos costeños borrachos entre sombras alegando con la esposa semidormida en combinación morena sombría halitosis carajo pelos de adulto conversaciones incoherente pero serias en el origen y la razón inconsciente mujer: te he amado el ombligo y las várices. Magdala y yo hacemos el amor al ritmo de la Noche transfigurada de Arnold Schoemberg. Entré al restaurante “Barichara” y pedí almuerzo corriente. Me disponía a probar la primera cucharada de ajiaco cuando se sentó diagonal a mis ojos, la bellísima Cleo. Sensual, nerviosa, mostraba las piernas perfectas y doradas con impudor inusual. No pude comer con tranquilidad. Yo sentía la necesidad de mirarle los muslos ardientes y me encontraba con su mirada nerviosa y esquiva. Al terminar su bandeja, Cleo se cercioró que yo no dejaba de mirarla y se levantó lentamente de su silla dejando espacio para mostrarme el dulce delta en la mitad del día, sólo cubierto por la media pantalón. No le vi bragas ni panties ni calzones. Esta operación me dejó frío, sin aire, definitivamente torturado por el resto de mis días. Soy un bogotano más. Un hombre del común. Un transeúnte más de la Carrera Séptima con Calle 19 que recibe sin cesar las oleadas humanas que vienen y van bajo la lluvia persistente persistente persistente inacabable monótona de gotas frías y fastidiosas que descomponen negocios y amores. Un habitante más de esta desordenada metrópoli, caminante de sus carreras y avenidas, de sus calles y transversales, de sus ascensores y tugurios, viajero de sus buses de innumerables rutas diurnas y nocturnas. Soy un morador del frío sabanero y el calor de sus veranos anormales. Un cincuentón como tantos miles de cincuentones que caminan por la loca ciudad, esperando algo, haciendo largas filas en los bancos, mirón de mujeres de diversas categorías estéticas y hedonísticas. Un señor más. Un ciudadano más. Un tipo cualquiera. Un papá del común que con el ceño fruncido camina apresurado con su hijo de 20 años. O despacioso y resignado, con su hija de 5. Esposo común y corriente que de la mano de su cuarentona mujer, silencioso pasea por los centros comerciales de Bogotá mirando más que comprando. Un tipo más que se embriaga los fines de semana con sus vecinos, que habla de fútbol, que se guía por Monserrate cuando vaga perdido en noches de barrios bajos, que reniega del sistema y de la falsa moral de los beatos. Camilo se puso muy temeroso cuando se enteró que el suegro había matado a un jabalí de una patada. El erotismo, como elemento liberador de la conciencia humana, lleva al goce, al júbilo de existir, a la vida... ¿Por qué en José Asunción Silva el erotismo lleva hacia la presencia de la muerte? Subí por la calle 45 hasta la Carrera Séptima bajo la llovizna persistente. Era día festivo y las calles estaban tranquilas, sin personas ni automóviles. Hacia los cerros, la neblina escondía casas, edificios y vegetación. Tomé un bus que recorrió toda la Carrera Séptima hasta la calle 85, en donde ascendió rumbo a La Calera. Me bajé. Abrí el paraguas y me defendí de la lluvia helada del páramo. Tomé la calle 85 hacia abajo. Parecía un río verde, una serpiente vegetal. De pronto, dejaba de llover y sólo quedaban unos alfilerazos de agua que fastidiaban la cabeza y la nuca. Pequeños arroyos culebreaban a la orilla de los sardineles y al tomar la calle un rumbo recto, se detenían y quedaban allí como lagos en miniatura. Hacia adelante la calle era una alameda fresca. A ver, Níccolo, escríbelo otra vez. No importa que tengas que borronear una y otra vez. Ensaya de nuevo. Describe, dibuja, narra. Házlo con cojones, con el alma, Nicolás Aédo! Describe, reescribe, duda, detente, relee, retorna, lee a los clásicos, consulta a tus autores favoritos, prueba de nuevo y no te des por vencido. Dale, hombre, una y otra vez. Alicia era hija de un abogado de Calamar y de una matrona samaria. A los 13 años, además de estudiar primero de bachillerato, sólo bailaba. Llegaba a la casa, se despojaba del incómodo uniforme del colegio religioso, colocaba varios discos en el equipo y se ponía a mover las caderas, sola, con los ojos cerrados y la sonrisa en los labios. Incapaz de llevar a la realidad el amor que sentía por Adrianarrubia, decidí dedicarle mis afectos a la precoz danzarina. Era morena clara, sensual, algo agresiva. Al primer intento de rozarle mi rostro mientras bailábamos el bolero Te busco, de Lucho Bermúdez, delicadamente interpretado por Matilde Díaz, me dio una suave cachetada en la mejilla. Era diciembre y estábamos ahora en vacaciones. Fui su parejo en todos los bailes de las novenas de aguinaldos en el barrio Palermo. El 31 en la noche tomé abundante “Cuba Libre” y en la casa de Alicia, reunidos sus familiares con los míos, aguardamos la llegada del Añonuevo. Recuerdo que nos fuimos en caravana a la Misa de Gallo en la Iglesia de Santa Teresita. A la salida, retornamos a la casa en grupos de dos y tres. Alicia y yo quedamos juntos durante dos cuadras. Sin dejar de caminar le dije secamente, muerto de miedo: te quiero. Ella respondió de inmediato: yo también. Y comenzamos un romance adolescente no exento de celos y de desamores. Sin habernos cogido una sola vez la mano, excepto cuando bailábamos, y sin habernos otorgado la felicidad primaveral de un beso, excepto el fugaz de la mejilla al saludarla, este amorío terminó sin pena ni gloria al mes exacto de haberle expresado un pronombre y un verbo peligroso e ingenuo. Las actas de liquidación en numerosas oportunidades no coinciden con las especificaciones del contrato. Debido a las deficiencias expuestas, muchas obras se encuentran inconclusas, siendo necesarios contratos adicionales para su terminación, generando sobrecostos. Por ejemplo: el contrato celebrado en la Localidad de Chapinero, cuyo objeto es arborización; de otro en Engativá, recuperación y mantenimiento de vías, barrio Consolación, carrera 90. Objetos imprecisos, nada específicos. La melanina es el pigmento del que más depende el color de la piel y de los pelos. Bertha se levanta a las 6 y media; a las 7 debe estar en el curso de Sistemas. Ha tenido tiempo para servir café con leche y pan; darse un baño reparador, secarse, vestirse, maquillarse; pero bajo la nerviosa presión del reloj: corra por aquí, corra por allá; corramos todos. Minana duerme plácidamente junto a mí; se ha pasado a la cama, sonámbula, en algún momento de la madrugada. Bertha de pie, bebe de un sorbo el contenido del pocillo. Me da un beso apresurado y se va. Yo observo de reojo el reloj: 7 y 3 minutos. Coloco la cabeza de la niña en mi axila y pereceamos plácidamente; cuando vuelvo en mí son las 7 y 35. Un hilo de pavor asciende por mi estómago; a los pocos segundos, el pavor se transforma en jartera. Minana, profunda; la desvisto con mimos y juegos; me desvisto rápidamente; la cargo; ella, con la cabeza desgonzada sobre mi hombro; la ducha fría, luego tibia, un poco caliente; un hilo delgado; baño rápido, ordenado y desordenado. Minana juega con el jabón; se cae el jabón; ella se agacha; todo lento. Me desespero; nos secamos; la peino, me peino; lavado de dientes y todas las etcéteras. El tiempo corre; la visto, me visto; las medias, las mías; los zapatos de los dos; monosílabos; se antoja de café con leche. A esa hora. ¡Por Dios! Nos cierran la entrada! Mi tarjeta en la oficina! Debo amarrar mis zapatos; ¿no llevo corbata? Minana se queja de dolor en la rodilla: ayer se tropezó con las baldosas cuando perseguía un globo; minutos, minutos, minutos. A las 7 y 59 salimos; me apresuro: Minana apúrate, mamita. Sus piernecitas no pueden avanzar más rápido; no dan más; toreamos los carros, los buses; llegamos jadeando al jardín; la beso, la peino con la mano, con los dos dedos; vuelvo a besarla; corro a tomar mi buseta, o mi bus o microbús, o ejecutivo: “Class Room”, “San Mateo”, “Soacha”, cualquiera me sirve; pasa uno, el otro; pasan tres, cuatro, cinco; al fin; el trancón es desesperante. Llego, camino cuatro cuadras interminables; solo veo asfalto, cemento, ladrillos, pasto, árboles, vigilantes; en el enorme edificio de mi oficina los compañeros se agolpan frente a la puerta de un ascensor que no llega; los tres ascensores muestran números luminosos arriba; una veintena de funcionarios callados y afanados, miran impacientes los números; cuando llega al primer piso se abre la puerta; el tumulto invade el pequeño espacio; quedo por fuera; enseguida, llega otro; ciegamente, penetro; arriba, dieciséis pisos de lento ascenso, se agolpan los empleados en torno al reloj; marco mi tarjeta automática en medio del acoso: 8:07 a.m. Comienzo mi día laboral: la alegría colectiva por el triunfo del equipo predilecto, disfraza el drama colectivo: las deudas, los problemas afectivos, las apariencias; nos disponemos a trabajar bajo las notas de las más hermosas melodías clásicas latinoamericanas. ¡Oh por Dios! Bienvenido, día! Recuerdo a la bruja de Dios, sueño fosforescente de aguas pálidas, delgada y lánguida, callada, maniática en la soledad de su cama mórbida. Hay una mujer en mi país, tan alta como las altas, tan tierna como las tiernas, y quizás mejor que las mejores, que pinta de colores nuestra infancia y le regala juegos y sonrisas. Le dicen la muchacha del servicio. Otros la llaman despectivamente la sirvienta o acaso la de adentro o la de la cocina, o la manteca o la mucama o ésta o aquella o la india, como le dice la nueva-rica que compró apellido. Pues bien, esta mujer, oro subterráneo que a veces es para el señor objeto de sus iras nada santas y de sus sucios deseos ---pobre señor, más pobre que señor--- y que a veces, las más, es mucho menos que el perro consentido de la Doña, es quien esculpe la nación entera. Esta mujer, que es piel de la desdicha, que no siempre conoce la sonrisa, que es vejada y gritada hasta el aullido por su santa y católica patrona, es, sin embargo, llave de alegrías, la que hace florecer los alimentos y los convierte en dulces paraísos. Es quien tiene en sus manos casi siempre la carta o la razón, el libro o la palabra, el mensaje que nos hace vibrar, el recado de amor que nos anima, el diario que nos riega de noticias del mundo, el agua que reinventa las auroras o el café que nos las fructifica. La que cada mañana nos devuelve limpia la vida, limpio el territorio de esa vida que no siempre es limpia, y que es puente mediador para el antojo, el capricho, el remedio redentor, la copa roja o el azar del júbilo. Esa mujer, clave del devenir, tan alta como las altas, tan tierna como las tiernas, tan bella como las bellas, tiene en estas palabras mi regalo perenne, mi multicolor respeto, mi fraterno abrazo, y la palabra gracias cada vez que regreso en mis sueños a la infancia. En un mismo año, a los 17 de mi vida, fui novio de Martha: delgada, pecosa y sensible, con pergaminos patrióticos; en vísperas del primer beso, se desmayó con una rosa en la mano; novio de Elena, musa oriental, rostro de emperatriz egipcia, bella y risueña, a quien le daba versos en lugar de besos, y novio de Blanca Inés, campesina de piel blanca, cabellos rubios y ojos verdes como las esmeraldas de su Muzo natal: con ella fueron los primeros besos de amor y de pasión, escondidos detrás de un mostrador mientras los voyeristas nos espiaban desde un altillo, al amanecer. Por ejemplo: en Usme se contrató la realización de obras en dos salones comunales, pero limitadas solamente a la estructura y los pisos, faltando mampostería, pañetes y cubierta, entre otros. Amanal, degollina, decuria, lumitipia, macadam, mamarracho, bohordo, miñoco, mirabel, pinjante, pirriaque, pirigullán, réspice, sámago, sinclinal, sirimiri, zafrero, ñapanga, onfacino, perengano, yusera, trancahílo. Para preparar el borsh ucraniano: la costilla bien lavada se cuece hasta ser preparada. Las remolachas bien peladas se pican en tiras, agregan la sal, rociando con vinagre, agregando el aceite, pasta de tomate, azúcar, y se fríe en sartén hasta que esté medio dorado. La cebolla, zanahoria, raíces de perejil se pican en tiras y levemente todo junto se fríe en aceite vegetal. Al caldo colado agregan la papa en cubos hasta hervir, después añádale repollo fresco y cortado en tiras y se cuecen durante 10-15 minutos. Después agregue al caldo las hortalizas preparadas, algunos granos de pimienta negra y hojas de laurel, dejándolo hervir 5 minutos más y agregando el tocino bien picado. Mira la palabra naciendo, creciendo, haciéndose. La creación creándose. Está brotando la letra que amarra el nudo de la sílaba que alimenta la palabra; está naciendo el vocablo sonoro, el sonido del signo, la palabra; música para los ángeles; ángeles para las musas; mira cómo envuelve poco a poco esta música escrita convocando palabra que huye tras el signo siguiente; la creación conformándose, la frase conformada; la palabra anterior, la oración anterior, la frase, el párrafo, diluyéndose en signos invisibles que paso al siguiente, al texto de colores o incolores, al presente, al que ilumina el ojo momentáneo, al que anuncia el ignoto, el desconocido texto futuro sin futuro, al inmediato que nos va a marcar, a emocionar, a pasarlo inadvertido, al que nos quiebra o nos masacra o nos aturde; creamos creándonos a cada paso; yo veo, yo oigo, yo siento estas palabras; olvido la que inició la mirada de los veinte sentidos en el instante exacto en que mi ojo la vio para leerla; ahora leo la que escribo; ignoro la siguiente; pero soy Dios y sé que existen atrás, aquí, adelante; puedo alterar su tiempo y estoy vivo; mira el discurso naciendo, la palabra cociéndose, el texto delirando. Deterioro general del espacio con énfasis en la margen izquierda del río Arzobispo, donde se presentan grandes focos y acumulaciones de basuras, invasión de la ronda por muros y edificaciones, malos olores, plazas y botaderos de aceites quemados. Vivimos cual la sobre fría y sólida esfera actual la en convertirse hasta condensando y enfriando fue se años los de paso el con que, circular movimiento en, ardientes gases de nube una fue planeta nuestro principio un en que cree Se. Interior de una tienda en la calle principal de Bogotá con muleros comprando. Firmado: “J. Brown pinx”, c. 1840, sobre original de J. M. Groot. Acuarela y bandas de papel blanco adheridas a la pintura, 22 x 30.9 c.m. Royal Geographical Society, Londres (x842/40). El ingenuo y directo realismo de este inusitado documento de la vida de Bogotá, tal vez el único que ilustra el interior de una tienda, descrita profusamente en la literatura, está subrayado por detalles como los letreros manuscritos, sobre bandas de papel blanco, notificando a los clientes sobre las reglas del establecimiento: “Hoy no fío, pero mañana sí” y “La tertulia perjudica”. La innominada: sílfide del trópico en la temporada del infierno, pálida, lánguida, etérea. Yo te pregunto, Anabel, ¿adónde voy? Inequívocamente hacia mí, responderías. Mi norte, mi ideal, mi utopía. Magdalena, hada trigueña, bella y musical, me pide en medio de la revisión de informes en la oficina, que le regale un acróstico. Debo, pues, acudir a mis ángeles, a mis demonias y testiades, a las musas, aónides, castálidas, helicónidas y piérides, hipocrénides, pimpléides y pegásides, para poder realizar su orden-deseo, mi trova, plectro mío, mi canción de juglaría, mi poema, y así corroborar que en verdad-verdad soy un vate, un bardo, un cantor, un trovador, rapsoda, almea, felibre, asne, aeda, escalde, messinger y rimador. Hé aquí el resultado: Mirada de niña tierna, alborada del amor, gracia mágica y eterna, dulzura de ruiseñor, ánfora de rosas llena, luz de limpio resplandor, encanto de las estrellas, niña de sonrisa bella, arcángel de mi ilusión (Fdo). Nicolás Aédo. Sublime y soñador, todo lo contrario de Ludovículo, a quien Toribia lo excitó de manera exagerada, hasta el galope desenfrenado del corazón, siendo ella como era: cojitranca, desdentada, cascorva, tatareta, sucia, ñunca y corcovada. La industria extractiva ha producido o acelerado otros problemas como son los de erosión hídrica superficial, carcavamiento, derrumbes y deslizamientos, ruido, contaminación por polvo y deterioro del paisaje. La extracción conlleva procesos sedimentológicos altos, que son manejados por la cantera, pues en la mayoría de los casos no cuentan con trampas de sedimentos adecuadas, permitiendo de esta forma que la escorrentía superficial arrastre grandes volúmenes de material sedimentario. Jamás permanecía quieto en ningún sitio, escribió Alma Malher. Fuese donde fuese, un temor le asaltaba: ¡Perder el tiempo! Cuando de pequeño le preguntaban qué quería ser de mayor, contestaba: mártir. Fotografía de Gustav Malher tomada en 1907 por Moriz Nahr. (Col. Othmar. Krantzen, Lisboa). Las aguas cenagosas se extendieron sobre la tierra cretosa repentinamente abandonada por el mar, y esas aguas no eran ya saladas sino dulces como las de un río recién nacido. Llegué al poder prácticamente solo. ¿Solo? Ingrato y vanidoso corazón. Devotos hindúes lavan con líquidos sagrados la estatua de Lord Aadinath, un santo que es reverenciado por la Comunidad Jain. Esta ceremonia, que se cumple cada cinco años, forma parte del festival que se celebra en Bombay, India, dedicado a la paz del mundo. El instructor, oráculo doctrinante, guía preceptoril, rezonga, refunfuña y despelleja al contrincante, tildándolo de sátrapa, jesuita, culebrón, somormujo, y pasa seguidamente a picarlo, contrapuntearlo, mosquearlo, en tanto que el innocivo antagonista procede a responder que es él el holgazán, el guillotillo, guiñaposo y gorrino malandrín; se trataron se lenguaraces, descocados, virulentos, y así, durante lustros, se siguieron zahiriendo, vejando, malparando, sopapeando, derrengando y zurrando la badana. La consonancia, el verbo, los símbolos, la vivencia poética del tema del tiempo, la tarde como imagen de tu alma, los estímulos del sueño, los poemas a sus mujeres amadas y todo ese hondo y claro manantial que es su poesía. Sin lugar a dudas, este tramo del fin de siglo en Colombia es uno de los ciclos más críticos (si cambias el rit por itr, quedaría cítricos) de la historia de un país, equiparables al período de la Guerra de la Independencia y al de las contiendas intestinas que nos asolaron en la centuria pasada, superando en buena parte la negra noche de los años 50. Sin embargo, paradójicamente, el artista de este tiempo disfraza o elude ese dramático entorno, muchas veces encerrándose en la torre de marfil, dándole la espalda al compromiso social o rehusando tomar parte en una necesaria y urgente cruzada de solidaridad por la recuperación democrática del país. ¿Por qué esta postura aparentemente elusiva ante la realidad actual colombiana? La respuesta está en esta novela. ¿Novela? O no lo está. A la hora de la verdad, da lo mismo. El problema, Anabel, es de definición, de decisión, de exceso de amor o de falta de ídem. Porque es común la disposición de las basuras corrientes del río Tunjuelito. Ello acarrea problemas de propagación de insectos y roedores transmisores de enfermedades infectocontagiosas (fíjate Nicolás, la relación tan extraña entre insecto e infecto), así como también problemas de salud por infecciones causantes de enfermedades respiratorias y diarréicas que afectan a la población infantil. Sus riberas, a causa de la basura depositada, son focos de contaminación. Hay una foto en que yo, vestido de “Hoppalong Cassidy”, a los 5 años, sostengo con la mano a una bebita llamada Ivonne. Si años después fuimos novios, no una sino muchas veces (veces, no muertes como el libro del peruano Enrique Congrains Martins), es porque en la búsqueda del amor siempre la encontraba a ella. Su rostro blanco, sus ojos expresivos y tristes, su boca linda, su bello carácter, conforman un medallón que llevo con alegría en el corazón. ¡Humm! ¡Qué inspirado!

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Biobibliografía

Escritor, poeta y narrador colombiano, nacido en Santa Marta en 1946. Ha sido comentarista bibliográfico de Lecturas Dominicales, suplemento literario de El Tiempo de Bogotá (1979-2000). Nominado al Premio Internacional de Novela “Rómulo Gallegos”, en Caracas, Venezuela (1987), con su obra Las puertas del infierno. Premio “Aniversario Ciudad de Pereira”, por su novela El muro y las palabras, en 1994. Ha publicado varios libros de poesía ---El laberinto, Cantoral, Poesía dispersa, Rapsodia del caminante, Oficio terrenal, El libro de las visiones y La fiesta perpetua ---, una obra teatral, La muñeca nocturna y varios libros para niños. En 2004 el Gobierno de Chile le otorgó la Medalla de Honor Presidencial “Centenario Pablo Neruda”.