Tres

El alboroto y la bullanga comenzaron después de la jarana: una mozcorra o como se llame, putilla o maturranga. churriana, zurrupia o perendenga, moró por el gargallo la estancia del consorte. Viólo con una machota en conexión sinuosa, mordicando los muslos y el durazno. Pingorote o rancajo consiguió la cucona, se tincó sobre ellos y en cara les sacó su garzonía, obscena desvergüenza, la incontinencia escandalosa y depravada, el extravío jaranero y pornográfico, hábito calavera y crapuloso. Por lo cual, la machorra y el currutaco, rogáronle a la rabuda dejara el berrinchín y la petera, y otorgara prontamente su clemencia, que aflojase la cuerda y conmutara la pena por el pene. ¡Y ahí sí fue Troya, tramoya y chirimoya! Lanzóse la nalgona sobre el pobrecillo lechugino y le llamó holgachón y galbanero, apático, candongo, ablandabrevas, acidioso, poltrón, varinazas, pigro, panarra, molondro y desidioso. El primer párrafo del cuento Ave del paraíso, de la brasilera Nélida Piñón, dice: una vez por semana visitaba a la mujer. Para exaltarse, decía conmovido. Ella lo creía y lo recibía con torta de chocolate y licor de pera, las frutas cogidas de la huerta. Los vecinos discutían los encuentros raros, pero ella lo quería siempre más. El por imaginar la vida difícil pedía disculpas con la mirada, como si le asegurase de qué otro modo debo amarte. El comienzo de un gran cuento, indudablemente, dijo Nicolás Aédo. Volvámoslo a escribir: Simón iba a ver a Magdalena cada viernes. Para excitarme, comentaba emocionado. La mujer se sentía halagada y siempre preparaba para la ocasión pastel de piña y vino de manzanas, lo que tenía a la mano de manera permanente. Los vecinos comentaban acerca de aquellos extraños encuentros, pero Magdalena sentía que cada vez lo amaba más. Sin embargo, de sólo pensar en los problemas que traería esa vida en común, se disculpaba con cualquier gesto, como asegurándole: de qué otra manera puedo amarte. No, indudablemente, después de leer el párrafo y su variación, uno se quedaba con las ganas de seguir leyendo el cuento. Pero, hé aquí, la versión que le ha dado don Elucidario Orduz: acaso sólo Domínica o Disanto cumplimentaba a la amazona. Para exacerbarse, musitaba bajo el peso de una gran perturbación. La fémina creíalo y lo acogía con hornazas de grosellas, molletas dulcoradas, mojicones de guayabas y mostaganes y morapios, orgullos de la parva vitivinicultura del cercado. Los munícipes, compadres y albarranes deliberaban sobre aquellos inauditos tropezones, pero la sanguínea sentíase más y más amartelada. Y el jarifo, por conjeturar la embrollada y peliaguda vidurria, gestionaba de inmediato las excusas y descargos con mohínes y arrumacos, como si le atizonara de qué vario o difícil táctica o talante he de demostrar mi bienquerencia. Es realmente lamentable que una revista prestigiosa que ha hospedado las más brillantes plumas de Nuestra América, las de los más grandes pensadores y humanistas de la lengua española, que ha sido vocero de los más altos ideales republicanos y democráticos, se haya convertido en una covacha de fanáticos localistas y mediocres, defensora de hombrecillos amargados y de bajísimos ideales, prefabricadores de opinión que usurpan los nombres de los lectores para redactar falsas epístolas, improvisadores del idioma, rosqueta inmunda de gacetilleros superficiales e inventores de anónimos destiladores de viperina bilis. De lo que fue la más limpia hoja del continente, sólo quedó un pestilente pasquín adornado con la más sofisticada tecnología. Otro día con sobresaltos, neurosis, mal humor, afán, stress, jadeos, carreras, despertar a Minana, Bertha se apresura, baja, prepara café con leche, azúcar, dos tajadas de pan integral, te quedó redulce, bueno, Minana se deja quitar la pijama aún dormida, tomo las dos toallas, al baño, corra, ya Bertha se duchó, mientras yo tiendo la cama, pero dónde nos secamos después, baño, ritual del jabón y del champú, te seco, a ver mi corazón, te peino, lo más fácil es abrir el camino por la mitad y echar de para atrás el cabello húmedo, vamos, mamita, rápido que se hace tarde, los zapaticos primero, luego el delantal, no yo quiero café, deja que se enfríe, Bertha se pinta los labios, récord Guinness, salimos, cada uno por su lado, camino casi al trote hacia el jardín, pero las piernecitas de Minana no dan más, si nadie se da cuenta, Bertha podrá marcar mi tarjeta, que marque 7:59, no importa, pero que no salga rojo, sólo tenemos derecho a 120 minutos, ni uno más, chao, Minana, un beso al papito, corra, se pasó la buseta, la “Class Room” tomó la carrera 30 y no cogió por la avenida, seis minutos caminando, a la espera del ascensor, multitudes ávidas de marcar el reloj, la farsa estatal, la mayoría de los funcionarios marca la tarjeta y luego se vuela del trabajo u otros se la marcan, todo es mentira en este sistema, todo es paja en este país: los abolengos, el bienestar, la felicidad, el amor, la religiosidad, la amistad, todo es engaño, estafa, apariencia, argucia, cháchara, artificio, falsedad, infundio, paparrucha, todo se define con violencia, con agresión, con amenazas, peleas con anónimos fantasmas, porquería de sistema, basura de democracia, mamarracho, todos estamos enfermos, del alma y del cuerpo, viendo cómo nos estafan, cómo se burlan, cómo todo se vuelve tragicomedia, usted no puede subir si no deja su cédula, O.K., señor, pero no le puedo dar el cheque si no me dá la cédula, pero la dejé abajo, en recepción, malas caras, rostros antipáticos, egoísmo, insolidaridad, mala gente, peores almas, qué asco, ¿leíste el periódico?, sí, qué horror, el esposo de una madre comuntaria viola a niños de 1 a 3 años, la pobreza absoluta desemboca en la miseria, el desempleo galopante, el analfabetismo, ¿discurso político en la supuesta novela? no, testimonio de mi entorno, amados lectores. Otro día con sobresaltos, neurosis, mal humor, afán, stress, jadeos, carreras, y a eso agrégale: deudas, interminables deudas, multas inventadas porque sí, porque le dio la gana al títere de turno, en la zona, en la ciudad, en la república, que llegó el recibo de la luz, del agua, del teléfono, del impuesto predial, de la suscripción al diario, no, que el director no está, que si me puede otorgar una suscripción de cortesía siquiera por dos meses mientras consigo la plata, no, que eso no se puede, pero si soy colaborador del diario hace tantos años, sí, pero eso no es así, olvídese, gracias, país, gracias, sistema, gracias, historia patria, por hacernos tan felices, otro día, corazón, vamos a amarnos. La niña rubia que sirve los tintos me devuelve la alegría perdida. Su sonrisa es el regreso a los sueños. Su mirada amable me devuelve al paraíso. El delantal negro con mico y peto blanco, contrasta positivamente con su rostro trigueño y sus cabellos rubios. Todo un paisaje. Me escondo en mi cubículo, sobre mi máquina de escribir, concentrado en un horizonte de papel blanco como un topo en su cueva. Me escondo y me protejo de las iras eróticas de la primavera y mastico un caramelo de naranja. Ah venga, de vacaciones. Tratratrarrarrarrá. Inffe (ruido de pocillos sobre el plato), guerguereu, y a mí que me importa, nadie proo assi, no milciún, ¿qué? qué, ssialsao, noao, puesí, pocillos, sombras pasan, vuelven fantasmas en el día, tolck, si se trata de, oiga, voces femeninas a la izquierda, las oigo, sé de quiénes son, a la derecha, por teléfono habla y carraspea un hombre, detrás de mí, la impresora chilla, trrryyyaaa, pasa de vuelta la niña de los tintos, no la veo, la presiento, va muy rápido, con su sonrisa, y todo allí intocado, no la veo, pero es así, (no la veo, pero así es), oigo a aquella secretaria decir: Nicolás, ¿sí?, pero no es, no soy, no es a mí, llaman a Dino Páez, ¿ahá? ¡qué curioso! ¡¡¡Dino Páez!!!, parece que dijeran: ¡¡¡Nicolás!!!, sííí, chao, “Panasonic”, Electronic Typewriter R440, máquina endiablada, hermosa, mía, prestada sólo por horas (que suman días y semanas y meses y hasta años), donde escribo pedazos de esta oscura novela! A orillas del milenio, del 21! Y en mi buhardilla, el resto de los días y las noches con migajas de sábados y domingos enteros, hago que no hago el resto! Con la viejísima “Royal” de mi padre que cumple por estos días sus primeros 50 años! Requetevieja, con las teclas torcidas y la cinta que otrora fue negra, rota, toda mi máquina vieja, vetusta y desdentada, remendada con cauchos, remaches y mamarrachos! Y yo con mis dedos de chuzógrafo, inclinado día y noche como sobre una máquina, 50 años de vida, sin tregua, sin descanso, como un pianista, como un amante, como una gata que acaba de parir. Saltárselo a la torera, a la chita callando, saber cuántas son cinco, poner una pica en Flandes, bañarse en agua de rosas, saber a cuerno quemado, tirarse los bonetes, hablar a tontas y a locas, dar una en el clavo y ciento en la herradura, poner paño al púlpito, estar con el alma en un hilo, poderse ahogar con un cabello, írsele a uno el santo al cielo, dar un cuarto al pregonero, pasar por las horcas caudinas, andar a la rebatiña, cantarle a la trágala, llenar la andorga, hinchar el bandullo, menear el hato, cascar las liendres, tentarle el bulto. A Gervasio le amputaron la pierna sana. Zaíd encontró un moco espeso en el fondo del pocillo del café. Morrocoy soñó que manaba torrentes de diarrea mientras dormitaba en la cama de una gran dama: al despertar, el sueño se había hecho realidad. Diego asegura que la regla sabe a kumis. El negro encontró a su padre robándole dinero a la suegra. El senador en el trono, defecando. La camarera abrió la puerta por accidente: el gerente estaba orinando en el lavamanos. La besó con pasión, a la fuerza; en lugar de lengua, la mujer tenía una serpiente. Intermediario, intercesor, moro de paz. Hemos de sumergirnos en el territorio interestal: el ciberespacio, vía Internet. El expresidente Jimmy Carter logró ayer que el gobierno de Sudán y los rebeldes del sur del país acordaran iniciar nuevas conversaciones de paz, aunque el gobierno rechazó una prolongación formal del cese al fuego en la guerra civil de doce años. Bangladesh, bajo el agua. Procuraduría justifica régimen contra la corrupción. Respaldo a la política de depuración de la policía. En busca de presuntos testaferros: Nuevos allanamientos del Bloque de Búsqueda. Ojo con la primera relación sexual. La curiosidad y el deseo, tanto como la competitividad con otros y la prohibición ciega, son aspectos que generan en los jóvenes la búsqueda de oportunidades de iniciar las relaciones sexuales. El papá y la mamá deben cantarle al bebé. Uruguay, campeón de la edición 37 de la Copa América. Una victoria de la garra charrúa. Después de que los 90 minutos finalizaron 1-1, la suerte le sonrió a los anfitriones, en medio del delirio de los 70 mil aficionados que colmaron el Estadio “Centenario”. Sigue el paro agrario en Ibagué. Casanare ganó el Reinado Nacional del Sol y del Acero. Cine: Pocahontas, Casper (Gasparín), Batman eternamente, Objeto del deseo, Amante inmortal, Lluvia de fuego, Forrest Gump, El amante, Seis días, seis horas, seis noches, Adiós a mi concubina. ¿Qué tanto incide el cambio climático en la ola de calor mundial? Por ahora, vista ropas ligeras. Desde el punto de vista de especialistas en el tema, no se le puede achacar totalmente al cambio climático la culpa de la ola de calor que padecen varios países. Pero tampoco se descarta. Edgar Bravo: Expone en la Galería Gartner-Uribe: En busca del simbolismo de lo divino y lo interno. Se conoce como condensado Bose-Einstein: Físicos generan otro estado de la materia. La vejez comienza cuando te convences de que nada maravilloso te espera a la vuelta de la esquina. En algunas personas esto ocurre muy pronto; en otras, nunca. La industria extractiva periurbana se compone de: areneras de peña, canteras de piedra, receberas, gravilleras, ladrilleras, chircales y fábricas de tubos de gres; su uso y abuso produce y acelera problemas como: erosión hídrica superficial, carcavamiento, derrumbes y deslizamientos, ruido, contaminación por polvo y deterioro del paisaje. La extracción conlleva procesos sedimentológicos altos, que son manejados por la cantera, pues en la mayoría de los casos no cuentan con trampas de sedimentos adecuadas, permitiendo de esta forma que la escorrentía superficial arrastre grandes volúmenes de material sedimentario. Uña y cuña, uña y curruña, uña y pezuña. La carroza admiró correr del cielo, cuyas raudas esferas agitadas, cuya cortina azul de terciopelo, cuyas ruedas de estrellas tachonadas, gira en perpetuo infatigable vuelo. Por un lado, la cálida sensualidad, ya que se descubre tímidamente la sexualidad como factor primordial de la conducta humana, y de otro lado, la seducción como forma de ejercer la supremacía masculina. La modalidad de confundir realidad con ficción ya se daba en el mismo Quijote. Los dialectos que se analizan son: piamontés, ligur, lombardo y emilianense. Analiza caracteres fónicos, morfológicos, sintácticos. Concluye que el italiano del norte, por una parte, ha abandonado parcialmente el tipo flectivo y lo ha reemplazado o completado por el aislante, aglutinante o introflexivo. No puedo saber, ni intuir, ni adivinar ni quiero imaginar el primer tacto entre los dos, Anabel, porque no sé si el primer sorbo de café o el primer trago se atraganten o si un súbito ataque de locura hace que te recorra la columna vertebral con besos locos, o me arroje a tus pies y lama tus zapatos o simplemente nos limitemos a iniciar una conversación trivial o llegue alguien de súbito, sorpresa o sobrevienta o el inoportuno ring del teléfono corte bruscamente la inspirada frase, O.K., Juan Carlos, te deseo mucha suerte, que como nunca, los astros brillen, los dioses te iluminen esta noche, para que tus dedos prodigiosos arranquen a las teclas del piano el mejor Mozart entre los mejores, que jamás se te hubiera ocurrido para decirte, Anabel, todo lo que siento por tí, no sé, es que se me cuelan angustia e inseguridad de sólo pensar en que ha de haber una iniciación a nuestro encuentro maravilloso. Anabel mía, Anabela, Anabella, Ana Bell, Campana, Campa Ana, y si entonces, en ese instante supremo, y único, de deslumbrantes frases y músicas y lloros y alcoholes. ¿Se me cuela la imagen tierna y dulce de Minana? Bueno, hombre, ser humano, obra. Minana, Bertha, Rodrigo, mis amores perfectos, mis amores. La contaminación por ruido se da por la cercanía al aeropuerto y por la presencia de la congestión vehicular en las vías principales. Llama la atención el hecho de que, a pesar de la proximidad de Eldorado, la afectación auditiva no es sobresaliente como en la localidad vecina de Engativá. Hombre infortunado y misterioso!... ¡Deslumbrado por el esplendor de tu propia imaginación, cayendo en las llamas de tu propia juventud! ¡Te veo de nuevo con el pensamiento! ¡Una vez más ha surgido tu figura ante mí! No ---Oh, no!--- tal como eres en el helado y sobrio valle, sino tal como deberías ser, derrochando una vida de magníficos soliloquios en esa ciudad de lúgubres visiones, en tu Venecia, que es la estrella amada de ese Elíseo junto al mar, y las amplias ventanas de cuyos palacios paladianos miran hacia abajo, en profundas y amargas meditaciones, los secretos de sus aguas silenciosas, ¡Sí! lo repito, tal como deberías ser. Obreras de hormiga trajinera, O.K. En los poetas de “Piedra y Cielo” las doncellas y las rosas son de agua, las lunas de arena, los poemas son de tierra caliente, los ángeles desalados, los funerales color violeta, los días y las nubes son sueños, los diciembres son azules y los tiempos de cristal. Nicolás Aédo, poeta, sin otro oficio conocido, salvo el de hacer poemas y novelas y, de manera torrencial, notas, reseñas y artículos de prensa, solicitó un empleo en una entidad estatal. Lo primero que le dijeron fue no. Váyase a alguna entidad afín con sus asuntos. En los institutos culturales nacionales, departamentales, distritales, municipales y locales le dijeron que no. Usted no es siquiera bachiller, no tiene títulos ni grados ni postgrados. Pero, por Dios, tengo una experiencia vital e intelectual de 50 años bien vividos y bien bebidos. Nada. Pierde su tiempo. En esta sociedad un tipo como usted no tiene cabida. Es bueno que haga sus versos y sus payasadas, y de vez en cuando le daremos migajas del presupuesto para que le paguen por un recital. Pero nada más. Bueno, pero yo puedo dictar clases de literatura o escribir para un periódico o entrevistar personajes por la radio o la televisión, o corregir estilo o escribirle los discursos a algún parlamentario o... Bueno, cuando necesitemos algunos de esos servicios lo llamaremos. O.K. Hombre, Nico, me dicen que el personero o el tesorero, qué sé yo, es amigo de tu amigo el exministro. ¡Ah! Ya sé quién es. Iré por allá. ¡Doctor! ¡Hola, poeta querido! Venga para acá, ¿tinto? ¿aromática? ¿Coca-Cola? ¿O un whiskisito matinal? ¡Claro que un whisky! Los poetas se inspiran mejor con el néctar de las diosas. (Nicolás callado, acorralado, atortolado). Bueno, y tal, que esto, que lo otro, bla, bla, bla. Etcétera. Teléfono en mano: mira, Julita, por allá te mando a nuestro querido y admirado poeta Nicolás Aédo... Sí, sí, sí, el mismo... para que lo integremos a la planta... Muy bien. ¡Listo! Hasta luego, suerte. Mucho gusto. Nicolás de pié, observa a la doctora, seria, de gafas, hablar continuamente por teléfono. Adiós. Me van a dar un empleo, al fin. A los veinte días, contando moneditas, me dirijo a donde la doctora Julita. Turnos, esperas, catorce personas. Empleados van y vienen, presurosos, diligentes, seguramente para que el país progrese, para que todos seamos felices, para que la sociedad sea más equitativa, más racional y más justa. Hay que tener fe. Todos son honestos, leales, trabajadores. Aman a sus semejantes. Aman al pueblo. Ninguno es ficha de ningún concejal, de ningún senador. No cabe duda que vivimos en el paraíso terrenal. Los poetas escriben sus versos y viven de la casualidad, del milagro. Después les erigen estatuas, les editan sus poemas en un hermoso volumen, se les declara Glorias Nacionales. En vida solo pueden ser bufones o subalternos (o enemigos). La doctora no lo puede atender hoy. Vuelva mañana. A pie, con las suelas rotas, el cincuentón vuelve a rogar la misericordia de la ignorante y frívola jovencita que se halla al frente de la poderosa oficina de la justa, cósmica y matemática sociedad. Dos horas y media de espera. Mal encarada, al contrario del rostro amable que mostró la anterior ocasión, le dice: señor Aédo, usted no acredita ningún título, yo necesito fotocopias de sus diplomas, de sus horas-cátedra, de los comprobantes de su experiencia. Mudo, impotente desde su arterial sabiduría y grandeza ante el poder omnímodo de la improvisada administradora. Bien, hablaré de nuevo con el doctor. Bueno, mire, tráigame fotocopias de esos documentos y... Con esfuerzo, el poeta maduro, canoso, con obesidad, ácido úrico y migraña a cuestas, se dirige a distintos sitios para conseguir los documentos. A la semana, ha logrado conseguir cuatro papeles. Lo aceptan. Su amigo, el jefe máximo, ha presionado a doña Julita. Por fin, es nombrado, al filo del purgatorio. Tiene 20 días para tomar posesión de su cargo. Para ello debe conseguirse un certificado de la Procuraduría General de la Nación en donde conste que usted no tiene antecedentes judiciales, traer un Certificado Judicial refrendado, el Registro Civil de Nacimiento, certificados escolares y universitarios, señor autodidacta, declaración juramentada ante Notaría sobre posesión de bienes, cédula de ciudadanía, libreta militar, constancias de tiempo de trabajo en otras entidades y otro montón de papelorios inútiles que seguramente los más incapaces tendrán y de sobra. Pues, manos a la obra. Primero: conseguir dinero para poder cristalizar los esperpentos. Luego, armarse de paciencia para soportar las largas colas (o filas) y enseguida, alimentar de manera permanente la energía positiva para sonreír cuando nos digan: vuelva el martes, todavía no está su papel. Fueron veinte largos y amargos días de colas, confusiones, palancas, amigos, olvidos y desesperanzas. El Certificado Judicial demoró quince días: un individuo llamado Nicolás Aédo, de El Banco, Magdalena, es buscado actualmente sindicado de estafa (eso dijeron); a la libreta militar le colocaron la foto de un mulato del Chocó, por lo cual hube de pagar multa; perdióse el duplicado y tras una nueva multa se volvió a refundir la flamante tarjeta. El día señalado para la posesión se enfermó la funcionaria encargada de tomar juramento. Estaba con hemorragias nasales. Entonces tendré que aguardar hasta la semana siguiente. Domingo apacible. Desde la medianoche he desconectado el teléfono y me he desconectado del mundo. Bertha ha ido donde sus padres con Minana. Rodrigo decidió pasar el puente en casa de su madre. Me he quedado completamente solo. Y el silencio ha reinado hasta que enciendo el radio para oír noticias o la grabadora para escuchar La dama lánguida, piezas para piano de Louis Gottschalk, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. He leído hasta el cansancio libros triviales, novelitas baratas de amigos y de conocidos. Duermo media hora. Despierto y enciendo el televisor. Veo El pez que fuma de Román Chalbaud, una película venezolana con putas, chulos, narcotraficantes. A la protagonista, mujer sensual, mamasanta del burdel, la llaman “La Garza” y enloquece a los hombres. Tobías, su machucante, en la cárcel, recibe sus bragas. Las besa, las huele, las estruja, las muerde, delira y se arroja al piso bañado en lágrimas. Pero es una trampa de Dimas, el mozo actual. Un tercer galán se queda con la dama. Celos, pasiones, tiros. Al fin. Al fin, Dimas la mata. Velorio en el prostíbulo, sin detener el baile. Durante la película se interpretan canciones de Gardel, Daniel Santos, la Billo’s, Sarita Montiel... Y al fondo, en medio, arriba, abajo, adentro, afuera, Caracas, siempre bella, única, torrencial. Después veo una clásica italiana: El jardín de los Finzi-Contini, de Vittorio de Sica. Ferrara: 1939-1943, en plena guerra, Hitler y Mussolini en el trono de Europa. Nicole, Giorgio, Alberto, Malnate, judíos aristócratas; los comunistas y los socialistas; la persecución y la resistencia; el amor y el desamor; el fascismo y la crueldad (¿redundancia?). Empezar de nuevo cuando se es viejo, es difícil, y algo puede fallar, dice el padre de Giorgio. Un film desnudo, hermoso, cruel, tierno, crudo... Valen los cinco adjetivos. La historia de la humanidad tiene ciclos que pertenecen a la historia de la bestialidad. Hombre y bestia son lo mismo. El uno crea una sinfonía, el otro la escupe con napalm. Dios y el demonio. El bien y el mal. El día y la noche. Cuando amanece bajo a la cocina y preparo café negro y huevos pericos que devoro con galletas saltinas. En esas, el diario se desliza bajo la puerta de la calle. Croacia acorralada por los serbios. La noticia es oída, vista y leída simultáneamente en el periódico y en la televisión. Estoy solo y se respira tranquilidad alrededor. Debería ser feliz, pero estoy angustiado. Simplemente viviré el día. Y punto. Bogotá se me entrega plenamente con su magia y su furia, con su luz y su podre, con su loca bitácora y su jugo de sombras. El origen de la contaminación del río Arzobispo proviene ante todo de la evacuación de las aguas negras de los barrios ubicados sobre el pie de los cerros orientales, arriba del Parque Nacional. En segunda medida, por las basuras que son arrojadas a su lecho por los habitantes de los barrios aledaños; en tercer lugar, por aceites y grasas quemadas que son arrojadas sobre las paredes y bordes del canal y que por efecto de la lluvia contaminan el cauce. Y la infancia diluyéndose en imágenes; también la adolescencia; la juventud fluyendo en los recuerdos, confetti luminoso de los ríos, río que corre hacia el mar, que se detiene a veces, que regresa a la madre, pero río; una imagen fugaz, una instantánea; rompecabezas que se hace y se deshace; un grito mudo lleno de colores; esto, quieto; aquello, caminando. Tengo 12 años. He regresado de misa. De pronto se abre la puerta de la alcoba y veo a la bella madre de mi amigo levantándose la falda negra y mostrando la liga en mitad del muslo. Las medias, un murmullo, ojos verdes, labios. La escena dura tres segundos, los suficientes para atormentarme el resto de la vida. Años antes, a los 6, la muchacha del servicio alimenta a su bebé, sentada en la cocina. Huele a batatas. Yo, curioso, le digo algo. Ella, cara redonda, morena, pelo negro liso, camino en la mitad, suspende la merienda y me muestra el seno redondo, el pezón morado y me invita a mamarlo. Yo lo hago y siento que mi boca, mi lengua, mi garganta y mi alma se llenan de leche y miel calientes del paraíso; mi rostro y mis orejas enrojecen; fiebre de amor y deseo brota en mí. Por fin, tres días más tarde, luego de haberse hecho curaciones a base de polvos talcos regados en pomos de algodón, la alta funcionaria ordenó que a las 4 de la tarde estuviera en su despacho. Faltando ocho minutos para la hora fijada estuve allí, pulcramente peinado, con mi corbata china y mis zapatos con los rotos bien disimulados por el betún negro brillante. Cuatro y cuarto. Cuatro y media. Y nada. ¿Le provoca un tinto? Bueno, gracias. Y nada. A las cinco y media, una secretaria, con dos docenas de papeles en la mano, me dice: Doctor, la doctora le manda a decir que no lo puede posesionar hoy porque se presentó un inconveniente. Que vuelva mañana a las cinco. Pero, raro, pensé: a mí me han dicho que sólo posesionan los martes. En fin. En mi alma (o cuerpo) sentí unos malestares y torcijones que no existen en el vocabulario. Otra tarde con destino a la pauperrimidad, el desencanto, la privación y la tristeza. A contar las horas que me lleven a la noche y de ésta a la medianoche, a la madrugada, al amanecer, a la mañana, al mediodía, a la tarde y a las cinco del atardecer. Puta mierda! A las cinco menos un minuto, la secretaria, con una mueca parecida a la sonrisa me explica: estaba todo listo, doctor, pero había un error en un número de la resolución, por lo tanto era imposible darle posesión. Sólo podía corregirlo el doctor Flórez y la doctora Medrano, pero él había salido para el Centro y ella se enfermó súbitamente en los humedales de Bogotá. No, no hay problema, dijo el poeta idiota, resignado, sintiendo la planta del pie rozar el frío suelo raso. La posesión duró un minuto. En ningún instante la alta funcionaria miró a Nicolás Aédo. No supo nunca si por ventura este hombre era alto o bajito, negro o trigueño, de ojos castaños o azules, bigotudo, boqueto o desmueletado. Antes del consabido juramento, gritó con el ceño fruncido: ¡Aquí no aparece el segundo apellido de este señor! Y luego interrogó al ángel invisible: ¿Su tarjeta profesional es válida? Antes de responder, el señor Aédo pensó: Si el Ministerio me expidió un documento que dice “profesional” es porque es válido, aquí y en Cafarnaún, vieja ignorante y estúpida. Pero respondió con humildad, sin levantar la vista: Sí doctora, así lo certifica el Servicio Civil. Bueno, ¿jura usted a Dios cumplir fielmente la Constitución y las leyes de la patria?... Si, juro. Firme aquí. Firmo allí. Y no sé si agradecerle a Dios y a la patria (incluída la inteligente funcionaria) el inmenso favor recibido o arrojarme al piso a llorar. Oh, Dedalus, pienso: ¡Bienvenida la vida! Minana, inocente de todo, rodea mi cabeza con su frágil bracito. Estamos acostados hablando de esto y de aquello. Ella sabe que obtendrá lo que quiera con solo expresarlo. Ella no sabe, ni le importa, si estoy bien o mal en el trabajo. No sufre si sufro allí. No sufriría si yo dejara el puesto. Ella me quiere y punto. Le da lo mismo si soy liberal, conservador o comunista. Lo que yo sea ella lo es. La mimo, le murmuro cositas en el oído, se ríe de las cosquillas, de pronto balbucea: ecúho. Suelta una vigorosa carcajada mostrando sus dientecitos burlones. No cabe duda: es el amor perfecto. Me quedaré un tiempo más en el trabajo. Soportaré las taras, la inutilidad, la vulgaridad, la ordinariez, la mediocridad asociativa. Pero sólo por un tiempo. ¿Cierto, Minana? Sí, papá. Mi generación, la de los años 60, comprendió muy pronto que había que desenmascarar a los hipócritas de todas las pelambres y apoyar todo aquello que significara liberación. Por eso apoyamos con todas las energías de nuestro corazón a Vietnam, a Cuba, a Camilo, a los Beatles y a los Rolling Stones, a Cortázar y a Antonioni. La sociedad que nos gobernaba condenaba la libertad sexual pero producía las guerras más inmundas de la historia. Exactamente ocho días después de posesionado, mi simpático amigo, el director, el que me hizo nombrar en la planta estatal, el que me dijo poeta querido, el que me brindó whisky en lugar de tinto a tan tempranas horas, me llama por teléfono a la casa, a eso de las 10 y media de la noche, hora nada decente para llamar por teléfono: sin saludos ni preámbulos: ¡Cómo es posible que no estén listos los trabajos que le encomendé a través del doctor Condados! ¡No ve que esa vaina tiene que estar lista para el jueves! ¡Le encomendé la revisión de esos textos porque sé que están plagados de errores! ¿Y qué pasó? ¿Es que eso hace parte también del ocio creador? Pero, doctor... ¡No puede uno confiar en nadie y mucho menos en los amigos, carajo! ¡Ese trabajo es de vida o muerte! Pero, doctor... ¡Perwwescheschhbrrrowws! La verdad es que a mí nadie me ha pasado ningún trabajo, nadie me ha dicho una palabra sobre lo que usted me habla, se lo juro, no sé nada! El lunes hablamos. ¡Clangg! Si hubiera tenido dos ojos al frente me hubiera mirado a mí mismo con estupor como si estuviera en el limbo. No tengo la menor idea de lo que pasó. Una simple llamada alteró mi fin de semana que pensaba dedicar a unas lecturas aplazadas y a pensar en la vida algo más tranquilo. Ahora debo prepararme para llegar el lunes alterado, angustiado, confundido, a dar explicaciones de algo que no puedo explicar. ¡Malparida vida! Sabiendo que con mis tontas y locas meditaciones escritas aporto más a la humanidad que toda la maquinaria estatal de este país que inevitablemente se derrumba y se pudre en su propio piélago de corrupción y mediocridad. Sin embargo, como dice mi hijo, quiero seguir viviendo. Y agregaría Neruda, ser feliz, con todos o sin todos, ser feliz, porque sí, porque respiras. Milan Kundera: no habría fuerza capaz de modificar esa imagen de mi persona que está depositada en esa alta cámara de las decisiones sobre los destinos humanos: comprendí que aquella imagen (aunque no se parezca a mí) es mucho más real que yo mismo, que no es ella la mía, sino yo su sombra, que no es ella a quien se puede acusar de no parecérseme, sino que esa desemejanza es culpa mía. Bogotá es como un gran espejo del país: no sólo refleja su belleza sino sus problemas, y además, los reproduce. Me abrió la puerta un individuo. Olía a tabaco y a colonia. Sus zapatos eran de tacón alto: gracias a aquellas pulgadas de más, no parecía un enano. Su cabeza calva y pecosa era grande como las de los enanos, con un par de orejas pegadas a ella, puntiagudas, que, verdaderamente, parecían de duende. Tenía los ojos de pequinés, despiadados y ligeramente saltones. Matas de vello salían de sus orejas y de su nariz; sus maxilares aparecían sombreados por una barba crecida desde la mañana, y cuando me estrechó la mano su contacto era peludo. Son pasos de una misma larga comedia, honorable diputado. Sus musas idolatradas fueron muchas y variadas: algunas eran bellas y esbeltas; otras, perfumadas y elegantes; otras, vulgares e ignorantes, y otras, degeneradas y esperpénticas; conoció frígidas, lesbianas, impasibles, ardientes, solapadas e insaciables; amó y admiró a una inteligente y aristocrática dama del Caribe, quien lo rechazó precozmente para más tarde convertirse en la mujer más importante de su vida, la que influiría en su célebre viraje político y religioso, y que se quedaría para siempre en su veleidoso corazón; amó con el alma a una débil y glacial mujercita de la vecindad como una nube pasajera; amó con ternura apasionada a una colegiala silenciosa y a otras muchas que fueron veneradas en la fría altiplanicie, en el remoto sur, en la estival Europa, en el azul Caribe o en la Rusia invernal. Colombia, casa mía, territorio de sueños, de brisas, de murmullos que van y que regresan. País multicolor, en sus amplias comarcas, guarda en sombras de viento las substancias que enseñan los fantasmas de remotos abuelos. Inicialmente se plantan más de quince mil árboles de retamos, eucaliptos, acacias, hayuelos, ciros, urapanes, tunas y lulos. Y actualmente se están cultivando en vivero, para efectuar plantación posterior, árboles y arbustos de albacia, curuba, dividivi, cedro montaña, sauce, tibar, laurel y sauco. En Bogotá hay millares de casas torcidas, edificios hundidos, paredes resquebrajadas, torres ladeadas. Felipe, arquitecto, con las manos como alas, me explica: son los asentamientos. Paquita tiene 38 años, es morena clara, de una sensualidad que quema a distancia; ni delgada ni gorda, los ojos grandes, negros, penetrantes y los labios gruesos, invitan a pecar. ¿Pecamos? Desde luego, acepta. Nos metemos dentro de cobijas en pleno día y apagamos la luz. Por entre las cortinas se cuela un hilillo de mediodía. Los cuerpos trenzados, sudorosos, se adhieren entre jadeos y ansias. Con la boca entreabierta y los ojos cerrados, Paquita se transforma en una pantera dulce. Beso sus mejillas, su cuello, sus pezones, su ombligo. El sexo totalmente lubricado se entreabre receptivo. La pantera se vuelve serpiente. Cuando la penetro, agoniza. El delirio desemboca en aullido. Los labios se chocan entre saliva y sudor; hebras del cabello se cuelan entre nuestras bocas. La cópula llega al éxtasis. Paca me rodea la espalda y me entierra las uñas. Anuncia el clímax. Diversos rostros sensuales brotan en mi mente. Mi fantasía es un carrusel de imágenes morbosas. Ella gime y yo riego su sexo de abundante semen. Con los ojos cerrados, sin aire, me hace un gesto de que sople su rostro. Un beso nada cursi sella lo que en signos gramaticales se denominaría felicidad. Estamos bien. Estamos plenos. Tengo 50 años. ¿Soy un vejancón? Me lo dicta Beckett durante el sueño: ruinas refugio cierto por fin hacia el cual de tan lejos por tanto falso. Jamás si no imaginado azul llamado en poesía celeste si no es imaginación loca. Y de pronto: la pesadilla: en la página octava de la sección C del diario, aparece una noticia: Pantaloncillos con el rostro del alcalde. Como para morirse de la risa. El desarrollo de la noticia nos explica que en la parte trasera sale precisamente el trasero del burgomaestre capitalino. Es decir, una burla al alto funcionario. Pero me quedo frío súbitamente, paralizado y estupefacto cuando leo que el autor, diseñador y vendedor del original artefacto es Nicolás Aédo. ¿Nicolás Aédo? Sí, el mismo. Ahí lo dice, no hay duda. Leo la noticia dos, tres veces, sin salir del pasmo. No hay duda: un enemigo oculto quiere que me boten del empleo. Si: así es: acabo de posesionarme como funcionario de una entidad que de alguna manera depende el alcalde. A las doce encontraré en mi escritorio la notificación de destitución. Media hora más tarde escucho por la radio la noticia de los calzoncillos. El director del noticiero se entusiasma: solamente la imaginación creadora de un poeta como Nicolás Aédo hubiera podido fructificar tan novedoso invento! Y así por el estilo. Me siento otro. Yo no soy yo. Estoy en otra piel. Mi cabeza hierve. Estoy viviendo un sueño, una pesadilla. Soy Gregorio Samsa. Al mediodía, en la televisión del restaurante donde almorzamos los empleados, veo que entrevistan a un adolescente de cabello afro y aire burlón. Es Nicolás Aédo. Me siento prestado. El periodista le pregunta si es hijo o pariente del conocido poeta. El muchacho niega con la cabeza. Ni siquiera lo conozco, dice. No sabía que tuviera un homónimo. Ojalá, pienso yo, el alcalde lo esté viendo. Cuando regreso a la oficina encuentro media docena de razones escritas: pedidos al por mayor de los interiores con los dos rostros del primer mandatario de Bogotá. Felicitaciones. Curiosamente nadie ataca. Pero ya es algo que se hubiera aclarado el episodio. Volveré a la oscuridad de mi empleo, a la secreta escritura de mis libros, a la penumbra de mi hogar. Yo. Otra vez yo. Ecce Homo. Genio y figura hasta la victoria final. A la realidad de mis 50 años, 3 matrimonios, 2 hijos, 11 libros y ningún reconocimiento crítico, ni fortuna personal ni poderío a la vista. Mente sana en mente en blanco. Cuerpo sano en mente insana. La mujer robusta y malhablada que atiende el archivo, exclama: es que ahí está pintada la hijueputez de los colombianos! ¿Hijueputez? ¡Qué palabra más cómica! Es aguda, pero si fuera grave podría ser un apellido: Hijuepútez. Caramba, qué ordinariez! El mónstruo del ménstruo. Emascula sin mácula. Mácula, mácula, lácula. La cula. No, por Dios, no más vulgaridad, no más grosería! Báculo, báculo, élculo. El culo. Bueno, ya no más. En el Molloy de Beckett hay una frase que dice, más o menos, así: el papagayo, con la cabeza ladeada, reflexionaba, y luego decía: puta del coño de la mierda cagada. Y creo que la repetía más adelante. Groseros! No, pero si se ganó el Premio Nobel. O.K. La literatura está repleta de mierda, de putas, de culos, de coños y de hijueputazos...! Si, pero no por eso es buena literatura. Recuerdo a Hemingway: Puta! Putalla de porquería...! Está bien, carajo! Pues por defender la pureza del lenguaje, la moral y las buenas costumbres, usted me hijueputeó el otro día. ¿Recuerda? Recuerda cuerpo que polvo eres y en polvo te has de convertir. Muy bien, muy bien. Pero francamente le digo que su actitud para conmigo es una auténtica hijueputada. Una completa barrabasada. Una varravazada. Es imposible presentar el mundo como en las novelas anteriores... el mundo y particularmente el país, está descompuesto, y sólo si se tiene el coraje de mostrarle en su descomposición es posible ofrecer una idea verídica de él. Por lo tanto, hay que reproducir esta disolución de la sociedad en un lenguaje también desintegrado. Decía Bolívar: Santander es un pérfido y yo no puedo sufrir más con él; no tengo confianza ni en su moral ni en su corazón. Caldense y el español. La italiana en Argel, de Rossini. Armenia, corazón y nervio del Quindío en la verde y maternal cordillera de los Andes; al placer de dios ébrio que afirma su fugaz infinitud; al mediodía: filete de cerdo con salsa tártara y papa a la francesa; a la noche, chuleta de pescado con salsa de ají picante; entreverados: whisky “Usher” y aguardiente criollo, pero también amor, pasión mental y catarata con deidad desconocida. Antes de dormir, en el Hotel “Izcay”: película gringa, con violencia y porno. Al día siguiente, durante el vuelo Armenia-Bogotá, lleno de turbulencias, donde el fokker salta de una nube a otra, desciende bruscamente decenas de pies y zigzaguea como beodo sin destino, decido consolarme pensando en los catorce minutos que restan para llegar a Bogotá: esto equivale a 840 segundos; sencillamente, cierro la cortina y mientras el avión danza dando tumbos sobre la cordillera central, yo comienzo a contar de 1 a 800... A los 33 números ya me he acostumbrado a los bruscos movimientos del aparato. Cuca(s) (del fr. couque(s): f. pl. galleta afrodisíaca, prod. en Colombia. Bueno.y.escribir.como.en.la.infancia.una.narración.con.diversas.aventuras.en.donde.predominen.los.colores.azul.verde.carmelita.al.fondo.rojo.y.naranja.siempre.en.la.selva.africana.o.en.el.Amazonas.o.en.una.isla.enigmática. Ya no existe la intimidad: los teléfonos se interceptan, los hogares se allanan en las madrugadas o a plena luz del día, no importa, pero durante esos actos bárbaros los atracadores irrespetan la privacidad, las alcancías, los diarios íntimos, se condena a las personas antes de ser oídas en juicio y se juega con la honra; en primera página del diario se acusa a Fulano de Tal de ser un criminal; a los pocos días se comprueba su inocencia, que fue un error, un equívoco o un homónimo; la rectificación del diario aparece en un rincón ilegible de la página 16. Los payasos rientes de la chiva noticiosa se pavonean ante las honras pisoteadas como si fueran los reyecitos del territorio en que habitamos y los directores supremos del bien y del mal; no hay Dios ni ley ni constitución ni norma ni mandamiento ni autoridad que se respete o que sirva o que dé ejemplo. ¡Pobre país! Gabriel Iriarte me invita a un restaurante mexicano, en pleno Centro Internacional de Bogotá. Nos extasiamos ante el boato azteca y ante la belleza exótica de la anfitriona guajira, una hermosa adolescente de El Molino. Bebemos abundantes copas de tequila “Margarita de mandarina”, comemos entremeses de totopos con tortillas, fríjol, guacamole y salsa tártara con picantes, y luego nos devoramos unas exquisitas puntas de “filete de albañil”, en medio de conversaciones sobre variados temas: Samper, Gaviria, López, Pastrana, la Generación de “Los Nuevos”, De Greiff, Zalamea, Vidales, Gabriel Turbay, Gaitán, los Lleras, las propiedades afrodisíacas de la pastilla cubana PPG, las jaibas, el chocolate, la champaña y los fríjoles, y también sobre mujeres arrechas, hombres con garrotillo, pelambreras erógenas, orgasmos de ancianos con meados encimados y feítas con chupadera. En la radio anunciaron un programa que transmitió las voces de destacados autores españoles de la Generación del 98. Cuando dijeron “Azorín”, de inmediato vi su nombre impreso en un viejo libro de Editorial Sopena, de pasta blanca, gastada, con el título borroso (¿Castilla?), enmarcado con líneas carmelitas, sin el forro azul. “Azorín” oí y se me dibujó todo el mundo de mi infancia a comienzos de los años 50, mi cuna azul, las tiras cómicas de “Oskar”, “Nimbus”, “Avivato” y “El otro yo del Dr. Merengue”, que salían en El Espectador y Diario Gráfico. Estaban de moda las Lecturas Dominicales de El Tiempo y el Dominical de El Espectador. Este último, llamándose Dominical salía los viernes, Eran los años iniciales de la Guerra Fría, con documentales de alambradas y edificios destruídos por las bombas en la zona de ocupación soviética, años de escritores católicos visitando al Papa Pío XII, pero ahora se me confunde algo: si estas sensaciones las viví en ese tiempo o las percibí en la adolescencia leyendo y viendo cine de esos años. Poesía es creación, palabra, revelación, objeto verbal bien hecho, buscarle significados a las sombras, goce estético, condensación, poderosa carga expresiva, cuando dos palabras se encuentran por primera vez, mito, signo, deleite espiritual, el encuentro de un paraguas con una máquina de coser, poesía eres tú, fuerza verbal, forma, duende, ciervo desgarrado, testimonio, canto, danza de palabras, toro de mármol, vuelo inmóvil, asombro, sueño fosforescente de ángel de aguas pálidas, magia, milagro, pelícano que se abre el pecho para entregarla como una comunión. ¿Qué es poesía?, me digo mientras clavo entre tu puerta mi potente gol. ¿Qué es poesía? ¿Y yo me lo pregunto? Poesía soy yo. Aristarco guardaba el pene en el estuche del violín, dentro del espacio de terciopelo morado, mientras se sentaba a conversar con los amigos. Y lo dejaba en la primera gaveta del closet cuando iba al Congreso a escuchar a Laureano. El poeta Henry Luque Muñoz sirvió un espléndido almuerzo, preparado por él mismo, a los miembros de la Generación sin Nombre. Después de probar las galletas con caviar negro y saborear vodka con ají, se sentaron a manteles Juan Gustavo Cobo Borda, Alvaro Miranda, José Luis Díaz-Granados, Augusto Pinilla y el anfitrión. Se excusaron Darío Jaramillo Agudelo y Jaime García Maffla. En Popayán vive Giovanni Quessep. En Cúcuta, David Bonnels Rovira. Y en Florencia, Italia, Martha Canfield. Finas velas blancas iluminaban nuestra amena charla. En tres copas diferentes, de las que brotaba música cuando las chocábamos para los brindis, bebimos vino “Cabernet Sauvignón” 1993 y vodka sueca. Comimos los entremeses de tajadas de melón con jamón serrano, ensalada rusa y luego una exquisita paella. A los postres, bebimos unos tragos de Cointreau. Leímos sonetos quevedescos de Salvador Novo y recibimos un ejemplar lujosamente empastado y con el nombre de cada uno de los poetas asistentes en cada página, de la primera edición de El inmortal poeta, la tercera novela de Pinilla, una deliciosa travesía por las arterias desconocidas del conocimiento y de la realidad latinoamericana. Magistral película-collage Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Aléa, basada en la novela de Edmundo Desnoés. Mural en blanco y negro de la naciente revolución cubana, sus gentes, las calles habaneras, las noticias, Girón, la crisis de octubre, y el escritor y sus amores fallidos y fugaces, sus ternuras como cataratas inmóviles y sus deseos como cosquillas mentales. Sergio Corrieri y Daisy Granados, y el lente exacto, el ojo como brújula y vitral. Bella, dramática, y el húmedo encanto de La Habana con sus lluviosos oleajes plateados, sus esquinas rocosas, sus sonrisas de luna sensual. Nicolás Aédo timbró en el apartamento 202. El parque de la 34, en el tradicional barrio Teusaquillo, vibraba de alegría multicolor y gritos infantiles. Buses, taxis y automóviles particulares iban y venían por la avenida... Una voz de anciana cansada interrogó al otro lado del citófono. Nicolás Aédo se identificó. Al anciana dijo: Ahhh! Ya bajo con su encomienda. A los pocos minutos Nicolás vio aparecer una mujer ancha, sexagenaria, de mediana estatura, cara redonda con incipientes arrugas, los ojos achinados y la nariz chata; un colmillo sobresalía; la cabellera plateada, caudalosa, llegaba hasta las nalgas fláccidas; un vientre redondo como un globo anaranjado sobresalía entre la minifalda ceñida. Las piernas peludísimas, llenas de várices, descansaban sobre unos pies anchos, sucios, con las uñas mal cortadas. Abrió la puerta de la reja y Nicolás le dio la mano. Sintió un aroma a champú de cerezas. Los ojos achinados de la vieja rutilaron. Hubo algo extraño y Nicolás retuvo largo rato la mano robusta de la mujer. Ella sonrió con una mueca y le ofreció tinto. Nicolás aceptó de inmediato. Sintió la culebrilla picante en su interior. ¿Cómo te llamas?, se atrevió a tutear. Carmen, dijo ella. El subió la escalera contemplando el ascenso de las deformes nalgas que se movían como gelatinas. En la cocina, Nicolás la asaltó sin poderse contener. Le acarició el vientre al tiempo que le mordía el lóbulo de la oreja y le lamía los hilillos de pelo en la barbilla. Carmen cerró los ojos y jadeó, mostrando el colmillo amarillento. Nicolás le tocó los muslos, de donde brotaban largos pelos, le tocó el ombligo hundido y le palpó el calzón blanco, ligeramente húmedo. Carmen jadeó con desesperación y sin abrir los ojos. Nicolás le despojó los calzones y tentó la abundante pelambrera lubricada. Agachado, buscó el clítoris con la lengua, mientras abría la vulva con los dedos. Halló la minúscula campanilla escondida entre blandas carnosidades. Esta se tumbó en el piso, sacó el miembro de Nicolás y lo apretó hasta acercarlo a la vagina. Los labios se abrían amoratados. El corazón de Nicolás palpitaba acelerado y el escozor interno llegada al clímax. Cuando introdujo el pene duro, resbaló con plácida facilidad. El acoplamiento fue perfecto, como si se hubieran conocido hacía mucho tiempo. El orgasmo les hizo gemir al mismo tiempo mientras se abrazaban con fuerza. Sin pronunciar palabra, después de secarse superficialmente con servilletas, Nicolás acarició el rostro de Carmen, le besó en la nariz y salió apresuradamente del edificio. Veo El cartero (Il postino), de Michael Radford y Massimo Troisi, éste último, famoso actor cómico, protagonista del cartero, fallecido horas después de terminar el rodaje. El film está basado en la novela Ardiente paciencia, del chileno Antonio Skármeta. Recrea a un Neruda otoñal, un poco exagerado en la vejez que aún no tenía y a una Matilde sensual, latina, morena y frívola. Aparecen bailando tango a la perfección. En la realidad, Matilde era trigueña y pelirroja. Neruda sólo bailaba el vals Sobre las olas y lo hacía con tan poca gracia, que según Margarita Aguirre, era la gracia misma. No obstante es una película tierna, con una maravillosa fotografía y música ensoñadora. Una sencilla y enternecedora unidad de contrarios, con mar, cielo y amor. Y al fondo, la política, el pueblo, la vida. Se llama Ibrahím Calderón. La gente lo conoce como Calderón, a secas. Es comerciante. Menudo, delgado, con una cabecita redonda con escaso cabello. Dos ojillos negros y vivaces se destacan en el rostro pálido. La nariz pequeña, los labios finos. Calderón. Me han dicho que necesita denunciar algo a través de los periódicos. Una carta dirigida a las redacciones. Calderón me estrecha la mano y comienza a hablar sin mirarme. Me explica el rollo. Pero no entiendo nada. Se escuda en la cuñada, que está sentada a mi lado. Calderón se enreda en un monólogo. Se ríe Calderón. Tiene los dientes podridos. Me muestra un borrador de la carta. Ah! suspiro. Ahora sí entiendo. Digo algo que no oye. Siempre comento pendejadas. Calderón vuelve a reír. Hace un comentario grotesco sobre una mujer que entra, pregunta algo y sale. Tiene los labios como botón de rosa y un culo enorme, plano, forrado. Total: Calderón es un arrecho. Ayúdeme, me dice. Claro! Me levanto y eludiéndonos las miradas, nos despedimos de mano. Veo a Calderón mirando el piso, haciendo una medialuna de satisfacción con sus labios. Yo salgo de la tienda pensando en el culo de la mujer que acaba de salir. Trato de cruzar la avenida, pero lo impide un gigantesco bus ejecutivo. Por detrás, el bus es un enorme culo plano que no me deja cruzar la calle. Es un impedimento. Bus-muro-culo. Me lanzo al abismo automovilístico y alcanzo ágilmente la otra orilla. Vuelvo a mirar y veo la silueta de Calderón, concentrado en sus asuntos. Calderón. De pronto, siento el lancetazo en la garganta. Como un arañazo. Como un vidrio. Como una escobilla fastidiando una pequeña peladura. No es dolor. Es molestia, piquiña, ardor. Me pica la oreja derecha y siento un clavo incrustado en el cerebelo. Estoy jodido. Me duele el testículo izquierdo. Me duele la vejiga. ¿Será la próstata? Duele el colon. El muslo. Estoy jodido. Me toco con los dedos el estómago y el dolor es horrible. Siento un boliche en el bajo vientre. ¿Será el hígado? ¿La vesícula? Estoy jodido. Me topo de manos a boca con el chulavita Gómez, viejo enemigo de Luis Vidales, el poeta comunista. Sabedor de mi entrañable amistad con el poeta, me mira mal. Le contaré a mis amigos: tropecé con el godo Gómez y me miró como a un hijueputa. En fin: uno hace lo de uno. Sólo, en la oficina de la doctora Braun, aprovecho su ausencia para ojear libros alemanes y franceses. Aunque son áridos volúmenes ininteligibles, repletos de cifras, cuadros y gráficos, poseen un encanto matinal. De súbito tengo una erección, me dejo caer en el sofá y sin pensarlo dos veces comienzo a masturbarme pensando en la doctora Braun, con los ojos entrecerrados. Veo su rostro de sargenta cejijunta, su mirada de áspid, su altivez y su cuerpo enorme y nervioso. Oigo su voz tronante humillando a la servidumbre. Visualizo la escena en que le propina un tremendo carterazo a la muchacha de los tintos y un puntapié al vigilante, en medio de feroces insultos en una extraña jerga hispano-germana. Experimento un goce extraño. Me derramo deliciosamente esparciendo el semen hacia todos los puntos: mi propio pantalón, el sofá, el aire, la alfombra, algunos lomos de libros. Sonrío con los ojos aún semicerrados y siento que en mi pecho anidan pájaros de peluche. Me he bebido dos grandes tazas de café negro, fuerte. Siento que vuelvo a vivir. En el ascensor repleto de funcionarios, me excita tremendamente el olor del cabello de Ágata, pequeña, morena y taciturna. Seguramente le olería los pies y todas sus oquedades. De pronto, me mira y sonríe. Tiene bigotes. Lolita tiene su vientrecito salido, ajustado a la falda. Cuando regresa de almorzar, le ha crecido dos centímetros más. Ella no lo sabe. O de pronto, sí. Abismo de albedríos, flecha pecadora, geometría de gaviotas, castillo herido, cascada de juglares, orbe nítido, sorpresa inútil, raza eléctrica, mármol derretido, huracán pacífico. El empresario es el héroe de nuestro tiempo. No se discute. Entonces haré de esta novela una gran empresa. Pero, uno a veces no se explica cómo alguien en Colombia puede escribir una novela, sobreviviendo cotidianamente a tantos afanes y angustias, a sobresaltos sin cuento, a recibos de pago permanentes, agresiones de diversa índole, horripilante vida doméstica, además de las paranoias, complejos, miedos, frustraciones y alergias mentales y físicas constantes y crecientes, polvos a medias, deudas interminables, alegrías castradas y trabajo vulgar hora tras hora. Con esa carga de sombras y tormentos, es de admirar a quienes tienen la secreta y agresiva disciplina de sentarse, robarle horas al sueño y a las tempestades, y colocar una hoja de papel entre la máquina y teclear párrafos y capítulos durante tiempos intemporales. Y así, durante semanas, meses y años, hasta terminar el libro sin saber qué destino anónimo o populoso vaya a tener. Eduardo Galindo me advirtió: lo malo no es beber; lo malo es beber trago malo, trago barato. Recorriendo la Avenida Boyacá minuto a minuto, segundo a segundo, milímetro a milímetro, aviso por aviso, se pierden las nomenclaturas porque la inmensa metrópoli que es Bogotá no es más que un negocio pegado al otro durante horas y kilómetros y fragmentos de paciencia, con avisos grandes, pequeños, multicolores de pollos a la brasa, clínicas de maternidad, repuestos de automóviles, bancos, droguerías, templos evangélicos, tamales tolimenses, casas de préstamos con plazos de 120 días, centros de acupuntura, finca raíz, xerocopias, remates de ropa para niños, instalaciones eléctricas, salones de belleza, láminas de aluminio, funerarias, trofeos, vestidos para novia, yoga, moteles, zapaterías, hamburguesas. Está bien. Está equilibrado afectivamente, sigue portándose bien en el trabajo, continúa ahorrando, no bebe, no sale, no trasnocha. Talvez haga todo eso y no lo haga. Talvez se desjuicie en fantasías. O en realidad, pero por ratos. O se abandona a pedazos. O se enmascara el vagabundo. O se descara el solapado. O se relaja el caballero. O se vuelve una melcocha que se encoge y se estira que se encoge y se estira que se encoge y se estira. El sábado fue a beber donde el poeta Armando Orozco Tovar: llevó dos botellas de whisky “Chivas Regal” y una bolsa grande de papas fritas con sabor a pollo; llevó masmelos, caramelos de leche y tubos de leche condensada. Llevó libros. Armando, Isabel y sus hijos lo recibieron jubilosos. Bebieron en abundancia, escucharon música cubana, grabaciones con poemas de Neruda y Guillén, leyeron poesía española, recordaron sus vidas 10, 20, 30 años atrás; contaron episodios de sus viajes a la URSS y a Cuba; hablaron de amigos comunes, de amantes prehistóricas, de compañeros muertos o perdidos; comieron una exquisita merluza que preparó Isabel; volvieron a beber whisky hasta que perdieron la memoria y Nicolás Aédo despertó entre nebulosas dentro de un microbús en la calle 68, en Chapinero, de donde salió, tomó un bus que lo condujo hasta el barrio Los Alcázares y entonces se dio cuenta que iba para donde no debía, y se apeó, tomó otro bus que lo llevó hasta la calle 45 con Avenida Caracas y allí, dando tumbos, hablando solo, caminando sin reflejos, sin miedo, guiado solo por el instinto, se dirigió hasta su casa, donde bebió dos, tres vasos de agua de la alberca, agua pura, helada y se tumbó sobre la cama ahora sí con miedos, con ansiedades, con claustrofobias, con ganas de gritar, de correr, de golpearse contra las paredes, hasta que se hizo luz y fue domingo y la vida comenzó a circular de manera tranquila, más o menos, feliz. La canción In the summertime: mi padre a los 40 años, solitario y feliz en Nueva York. Los ojillos vivaces tras los lentes y una sonrisa pícara. Yo mismo en vísperas de ser padre por primera vez, nervioso y dichoso, sin edad y nostálgico. Rodrigo a los 20 años, solitario y feliz en Nueva York. Los ojillos vivaces tras los lentes y una sonrisa pícara... La reina de Inglaterra es la única mujer en el mundo que puede hacerlo: guarda su cuca en un estuche de oro, incrustado de piedras preciosas, cuando sale de viaje a visitar las colonias. Oro linda gata amorosa reina elegante valiente especial loto ónix ola lírica gema alondra ruiseñor esmeralda vital emperatriz laúd oasis olmo laberinto granada ardiente risueña etérea violeta espejo lira oceánica orgullosa llamarada gacela angelical rubí egregia victoriosa edénica luna oleaje. No es una bomba, es un condón. Toda la noche llovió. Estaba ansioso desde el día anterior. Iba a cumplir 15 años y me hallaba feliz. Sin darme cuenta me fui quedando dormido. A las siete de la mañana mi madre abrió la puerta. Abrí los ojos sin dificultad y esperé regocijado el abrazo quinceañero. Se me quedó mirando y dijo con tono dramático: su papá se fue a vivir con La Báchara. Sentí un arroyuelo helado que súbitamente me recorría el esófago. Encendí el radio mecánicamente y sonó un paseo nostálgico: Mujeres bellas de nuestra tierra / con ojos vivos color de arena... Mi madre salió y cerró la puerta. Me quebré y comencé a llorar. Como estaba en vacaciones, horas después me hallaba en casa de Camilo hablando de nuestros asuntos: política, novias, tomaduras de pelo, juegos. Me invitó a almorzar y enseguida fuimos a mi casa. Mi abuelo, mi madre, mis tías, mis hermanos, me felicitaron al unísono. Llovieron los billetes y los besos. Mi abuelo empapó un pañuelo de lino blanco con agua de colonia “Jean-Maríe Farina” y lo introdujo en el bolsillo de mi saco de paño. Nos fuimos con Camilo para cine. En el oído resonaban las notas del paseo: Mujeres bellas de nuestra tierra / con ojos vivos color de arena... Entramos al teatro “Nuria” a las 2 de la tarde. Cine doble de vaqueros. Fumamos como presos y tomamos Coca-Cola todo el tiempo. Salimos de allí a comer hamburguesas y luego nos metimos al “San Luis” a ver un doble de películas francesas de la “Nueva Ola”, ahora borrosas en el recuerdo. Intoxicados de cigarrillos “Pielroja” y “Nacional”, salimos apresuradamente a las 9 para alcanzar al doble del “Escorial”: policíacas. A la mitad de la primera película, Camilo se puso de pie y se quedó un rato así, cuan alto era. Los espectadores de las sillas de atrás protestaron con gritos y rechiflas. ¿Qué pasa?, pregunté. Se me durmió el culo, murmuró Camilo abriendo los brazos, resignado. A la medianoche, mareados y felices, orientamos nuestros pasos hacia “La Piñata”, en la calle 63 para comer perro caliente, beber una cerveza y terminar de celebrar mis 15 años. Me sonaba un verso. Me tintineaba un verso. Era de Alberti. De eso no me cabía la menor duda.: tará.taratatá-tátara-tata... Nada. No daba. La musiquita se me repetía incesante en el oído. Yo mismo inventaba uno y otro verso: lempira lupanar Bósforo hondo... No. Ah ah. Mm. Mm. Transpira Salazar tórtolo gordo... No! Menos! Me di por vencido. Busqué la Antología poética que publicó Losada y ¡Eureka!, lo encontré: Azul azufre alcohol fósforo Greco... ¿Me equivoqué por algunas sílabas? En mi oído resonaban once. Los de la realidad eran también once, pero con distinto ritmo... ¡En fin! Mejor que sea el lector el que saque sus propias conclusiones! Despierto de mis ensoñaciones rítmicas y regreso a la cotidianidad bogotana en vísperas de la Navidad: sobre la alegría que debe primar se anuncian los peligros: mucho ojo con los ladrones que para despojarnos del dinero utilizan la burundanga o escopolamina. ¿Qué fumas, ah, Fito? Basuquito, basuquito... Minana aterriza sobre el papel en blanco con un arcoiris de acuarelas. Maestro Nicolás: ahí está la génesis de lo plano, lo lúdico, lo paródico, lo inarmónico, a lo que habría que agregarle ese sentido expansivo, ambiguo, de la sinrazón. Todo ello entendido entre lo aditivo de la posición antiesencialista, fragmentada, en la que yace la categoría del tópico, la otredad, el sujeto/poder/territorio. Son ejemplos puntuales tan complejos para la tematización del reto ¿y a la vez, para el deslinde?, que resultan esquemáticos de la conducta medular. Reflexiones teóricas sobre el acontecer de nuestra identidad escamoteada. De pronto, a las 9 de la mañana dominical, mientras todos duermen, una magistral masturbación en el baño, de pie, con torrencial eyaculación de adolescente. En algún momento de mi vida fui Joyce escribiendo Ulises, obsesivo, vivencial, intransigente. O Miller embarcado en el tremendo mamotreto de su Trópico de cáncer. O Cortázar, jubiloso e intranquilo, maquinando su diabólica Rayuela. Rodrigo viaja a Cuba por tercera vez; la primera fue en vacaciones, la segunda y tercera al Festival Internacional de Cine. Alegría serena, las calles, las gentes, El Malecón, el bolero, los rones, Pablo, Silvio, Fito... Yo al cuadrado. Yo al cubo. Segundo tomo. Tercer tomo. Nicolás Aédo. Rodrigo Aédo. Minana Aédo. El Danubio azul: la alegría de vivir. Vos sabés, no jodás, así no más, martina lubricada, llanera ardiente, vos sabés, verdad, que es así. En las fiestas navideñas no dispongo de mucho dinero para los regalos familiares. Quizás le daré un sweter a Bertha, unos pesos a Rodrigo y unos juguetes vistosos a Minana. Entretanto, escribo, escribo, escribo, enloquecido, a torrentes, endemoniado, febril, sutil y efervescente. Si pudiera parodiar a Neruda diría que escribo esta novela para no morirme, o mejor: escribo esta novela que sólo es un momento, solamente un momento. Escondido en mi buhardilla solitaria, bajo la lluvia bogotana, en medio de murmullos y canciones, escribo, escribo, escribo. Escribo esta novela que me hace sentir un dios cuya creación en vez de tierra es de palabras. Bebo una taza de café negro exquisita, en la Cafetería “San Fermín”, en Chapinero, frente al Parque de Lourdes. El gentío es impresionante, hacia allí, hacia acá, detenido. mirando la flecha que en lo azul palpita, sonriendo entre murmurios y cantares. El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias en cine: no me convence tanto el personaje neurasténico, pero es una aceptable alegoría de la historia latinoamericana de la infamia. San Pablo: Yo sé, y confío en el señor Jesús, que de suyo nada hay inmundo; mas aquel que piensa alguna cosa ser inmunda, para él es inmunda. Ningún médico le para bolas al asunto; un espíritu extraño, un río nervioso, un gusano glacial recorre mi cuerpo cuando me roza la felicidad. Y la mente se encarga de culparme: seguramente no amas a Dios por sobre todas las cosas. Absurdo. Claro que sí lo amo por sobre todas las cosas. Juro que me sacaré ese demonio. Escribo sobre una tarjeta amarillenta en donde he destripado media docena de pulgas: arrodillado te daré las gracias. El abogado, desesperado, al borde del paroxismo: mi defendido es inocente, señor, usted no puede detenerlo injustamente! Kojack, sin perder la calma: ¿toma café abogado? Si, respondió el abogado, pero la rabia aumentó: ¡Usted sabe que es inocente! ¡Mi cliente es inocente! Con la misma calma, Kojack nuevamente: ¿azúcar, abogado? A los 18 años leí esta lección de grandeza en Las palabras, de Sartre: mandar y obedecer es lo mismo... Nunca he dado una orden sin reír, sin hacer reír. Es que a mí no me corroe el chancro del poder. Minana despierta, se asombra de estar viva, se restrega los ojos y me dice un poco sorprendida: Nicolás se mete en mi sueño. Y entonces yo me meto en el sueño de Nicolás. Claro, el poeta sacrificándose siempre por los demás. Y si pasa algo malo, él es el único culpable. El pendejo de la gallera. El paga-peo. Antes de casarse les dijo a los familiares de la novia, con su reconocido acento cachaco: mejor diría, rolo: voy a poner una fábrica de jabones en la Argentina. El tipo era joven, buenmozo, con un bigotico muy bien cuidado. Al mes se casaron. Era maestro en Soacha. En ley, devolver dineros es un acto diminutente de punibilidad, pero de ninguna manera exonera de responsabilidad penal, dice la fiscal Lilian Acosta. Veo a mi amigo Chiqui Mosquera, a los 6 años, sentado en una sillita, en la cocina de su casa, pequeñito, tierno, concentrado en las historietas de Roy Rogers, sobre una mesita color café, la cabeza morena descansando sobre los puños cerrados, frente a una taza de chocolate humeante repleta de pedazos de pan, lista para consumir a manera de sopitas. Bogotá, a comienzos de los años 50, mi barrio de Palermo, tranquilo, matinal, lleno de pinos y enredaderas. Amaría a mi sicóloga ---y ojalá fuera judía---, para borrar mi pasado y recomponer mi vida con mi actual mujer, a la manera del protagonista de El príncipe de las mareas. Entre las 5 y las 6 de la tarde era la hora ideal para salir a tarrear coimas. Y si había llovido, tanto mejor. Me decían que la lluvia era propicia para arrechar a las mujeres. Salíamos dos o tres estudiantes de segundo bachillerato y por ahí venía la coimita bonita de la Avenida 42 o de la Calle 45 con Carrera 20, bien forradita, con las mejillas como tomates y las teticas abultadas. Venía con una botella de leche en una mano y las monedas envueltas en los billetes, en la otra. Uno le manoseaba las tetas como un relámpago. La muchacha se ponía aún más colorada, sonreía o reaccionaba con rabia y salía corriendo. Le cogíamos los pechos, las nalgas, la panocha. Ella se zafaba como podía del morboso asedio. En el forcejeo se le palpaba el olor del pelo sucio, negro y brillante, peinado hacia atrás y recogido en un moño o cola de caballo. Una tarde, ya oscureciendo, venía caminando una señora con el rostro borroso por las sombras crepusculares, mostrando un cuerpo de ataque. Menos mal que nos percatamos a tiempo que era la madre de uno de los compañeros de tarreadas. Cuando pensamos, dice el profesor Rodolfo Llinás Riascos, estamos uniendo retazos de cosas que llegan por diferentes vías al cerebro. Los colores llegan por una vía, el movimiento por otra, la forma o los sonidos por otras distintas. La gran incógnita que siempre ha habido es, ¿cómo hacemos para juntar estos pedacitos de percepción que nos dan los sentidos para hacer una imagen única sobre el mundo externo? Ese es uno de los misterios que más ha intrigado a los científicos. Se le llama el problema de la unión, y es a ese problema al cual estoy tratando de dar respuesta. Anabel, Anabel, la sola imagen de tu rostro en la película del recuerdo, calma mis tempestades interiores. Pero cuando invoco tu imagen y no se calma el oleaje de mi alma, me precipito hacia el abismo de la desesperanza. Nada más auténtico, más puro, más maravilloso que el escritor balbuciendo o derramándose en palabras y signos en su primera novela. Es el diablo y el buen Dios, ambos a una, volcando su ser entero sobre centenares de papeles. Está solo, invadido de duendes y obsesiones, sacando lo mejor de su corazón, exorcizando duelos y quebrantos, absolutamente dueño de su destino, jubiloso y totalizador, construyendo el libro más ardiente, más sincero y más multicolor de su vida. Es también el más inmaduro, el más emocional, el más imperfecto de sus libros. Y en la mayoría de los casos, es el mejor, porque según Angel Rama, es elaborado cuando el autor no es nadie y quiere serlo todo. Yo imagino y recreo esa secreta alegría mezclada con angustia, en medio de la más atroz y exquisita soledad, con la que Thomas Mann escribió los Buddenbrooks, Witold Gombrowicz, Ferdydurke, Gabriel García Máquez, La hojarasca, Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, libros maravillosos, escritos en condiciones dramáticas, sin horarios, entre desordenados alimentos terrestres, bajo la inseguridad permanente de sus autores. Esos libros, tienen un encanto irrepetible: El guardián en el centeno, de J. D. Salinger, The sun also rises, de Hemingway, La paga de los soldados, de Faulkner, el Retrato del artista adolescente, de Joyce, La náusea, de Sartre, Un amor de Swann, de Proust, y tántos otros! Ya no quedan en este mundo reyes ni emperadores que se respeten. Yo por mi parte sólo quiero y respeto al Rey de Reyes, confidente entrañable, al rey del Jazz, el divino “Satchmo”, a Hernando Reyes Nieto y Edgar Rey Sinning, camaradas errantes. Y a esa pléyade de reinas jubilosas que guardo en el bolsillo del corazón: Gladys, Melba, Carlota, Blanca, Gloria y Alba Lucía, todas llenas de perfumes, de murmullos y de músicas de alas. Ifigenia: necesito que me consiga un cassete con la entrevista al jefe del Departamento: Nicolás: nadie la grabó, pues... Ifigenia (ofuscada): cierto. A mí se me olvidó. Nicolás: voy a ver qué puedo hacer.. Ifigenia (levantando al auricular: Bueno. (Dos días después: Ifigenia (en el colmo de la furia): ¿Qué pasó con el cassete? Hace dos días... Nicolás (interrumpiendo, pero sin levantar la voz): realmente nadie la grabó. He preguntado a varias personas y nadie grabó la entrevista. Ifigenia: (sin mirar a Nicolás): ese no es mi problema. Cuando el jefe pide una cosa hay que llevársela inmediatamente! ¿Cómo es eso que nadie la grabó? Se le pregunta a alguien, a algún amigo, en la emisora... Nicolás: pero Ifigenia... Ifigenia: (levantando la voz): necesito esa grabación como sea, ¿me entiende? Nicolás (saliendo y murmurando): pero esto se sale de mis manos... no es mi culpa... Rodrigo, Minana: disfruten lo que más puedan de la vida, sobre todo en la infancia, en la adolescencia, en la primera juventud, porque después nadie sabe cómo nos tratará la existencia... fíjense en mí, paso los mayores trabajos para sobrevivir, para sobreaguar con ustedes, para que a ustedes nada les haga falta... pero me queda el consuelo imborrable de que viví una infancia feliz... Bueno, Bertha está de acuerdo conmigo. No exageres, me dice, la vida te trata bien... Un poquito dura, pero tampoco...! Es la vida, Anabel, con sus luceros y sus carbones, luceros que se apagan y carbones que se encienden, luceros que se convierten en sombras, carbones que se convierten en diamantes. Nicolás Aédo: escritor semiconocido, semiclandestino, semillero de algunas buenas obras, sin duda alguna: once libros publicados y media docena de libros inéditos y en preparación. Un beso robado a la muchacha que reparte el tinto, un abrazo sensual a la secretaria silenciosa, besos con calentamiento de oídos y morbo sexual a la profesional universitaria del piso 7, beso con lengua a la secretaria rubia del 16, caricias incesantes a la compañera de la biblioteca, todo ello fugaz, subterráneo, furtivo, para que desemboque en un mar de fantasías nocturnas. El pordiosero es alto y barbudo, envuelto en trapos negros, sucios, cubiertos de grasa oscura y una toalla rota a manera de capa. Me arrincona sorpresivamente junto a la verja de la vieja mansión del presidente Ospina Pérez, en el corazón de Palermo, a las 9 de la noche y amenaza con un cuchillo rutilante; la voz nerviosa, demente: deme dos mil pesos, usted es bacano, usted los tiene, apure, démelos, y toda su humanidad encima de mí, toda su humanidad enchichada y violenta, con el puñal amenazante. Con la otra mano estrujaba mi antebrazo. Si no me suelta, cómo hago para sacar el dinero, decía yo, ofuscado. ¡Qué pasa que no me da los dos mil pesos! mire, usted es bacano, démelos o lo chuzo... Como pude saqué, justo, un billete de dos mil. El hombre salió corriendo y gritando disparates mientras miraba hacia atrás. En la esquina volvió a mirar mientras yo no lo perdía de vista. Hizo un ademán de despedida y se coló por la puerta trasera de un bus. Henry Miller: un pintor puede producir media docena de cuadros en un año... según me han dicho. Pero un escritor... pero, bueno, si a veces tarda diez años en escribir un libro y, como digo, si es bueno, tarda otros diez años en encontrar editor, y después de eso tienen que pasar por lo menos de quince a veinte años antes de que sea reconocido por el público. Es casi una vida... para un libro, tú fíjate. ¿Cómo va a vivir mientras tánto? Vergabandera, coñoestrella, senotierra, culosueño, Gesualdo Bufalino, escritor italiano, nacido en Sicilia en 1921, comenzó su carrera literaria cuando tenía 60 años. Acabo de leer Calendas griegas: me tiene loco de felicidad: Has leído y escrito por 60 años, día a día, cómo se bebe, se come, se digiere, se defeca. Comías y bebías libros, comías y bebías vida, luego expectorabas vida y libros en una hoja blanca y al día siguiente volvías a empezar. Gamal en fenicio es camello. Bogotá es la capital más alta del mundo junto con Lhasa, La Paz y Quito. Stalin tiraba tres veces al día con una hermana de Kaganovich y era hipertenso. Amo la cultura inútil; leo con pasión y total concentración listas interminables de inutilidades. En vez de releer Madame Bovary, prefiero sumergirme en las vidas de las madres de hombres infames, en las últimas palabras de enanos suicidas, en el conocimiento de mujeres famosas que bebían café, de actores que eran hijos ilegítimos, de presidentes pelirrojos, de hombres cuyos cuerpos han hecho combustión, famosos y anónimos ladrones de cadáveres, la descripción de los estertores de abogados invidentes o de timadores de raza verde; también me fascina leer textos de San Juan Crisóstomo, estudiar las hojas de vida de autodidactas, y estoy intentando por tercera vez aprender la lengua arawak. Y hasta hace pocos meses sólo leía la sección Hace 25 años. Ahora leo también la titulada Hace 50 años. A las siete de la mañana: los informativos, las mismas noticias con distintos protagonistas (o los mismos), el ministro del Interior, el ministro de Agricultura, propaganda, comerciales, media docena de marcas de toallas higiénicas, pero, en serio, una exagerada promoción de este producto con muestras de sangre azul y hecha en lenguaje figurado, recorrido con Transtel por Berlín, Granada, Quito, cambio de canal, programa cultural, los comerciales de la apertura económica seducen al pobrecito televidente, un cuchillo que corta finamente una lata de cerveza, un lomito, un zapato, melodramas al mediodía en la cadena 7, telenovela venezolana en la cadena 9, el cantadito de las caraqueñas, noticiero, muertos al norte, al sur, al oriente, al occidente de Colombia, otra vez el régimen del terror, tragedia al otro lado del mundo, los chismes de la farándula, a la tarde, a la noche, comerciales, alimentos para niños, Minana se antoja del puré de papas, sale un elefante ¿por qué le dispararon al elefante?, porque está enfermo, ¿qué qué?, comerciales, anuncios de sensacionales entrevistas el jueves a las 8, por el canal cultural, cine, cine clásico, Hollywood, Cinecitá, la “Nouvelle Vogue”, cine cubano, cine, cine, cine, hasta la madrugada, entre sueños, duermevelas, pesadillas, mala digestión, 50 años, caramba!, a las 7 de la mañana, los informativos. En medio siglo he escrito millares y millares de palabras: poemas, cuentos, novelas, relatos, discursos, prólogos, notas circunstanciales, páginas dispersas, cargas, signos, susurros. Me he casado varias veces y he amado centenares de mujeres de todas las razas, edades y condiciones sociales. He viajado muchísimo por mi país y conozco algunos lugares de este continente y de otros. He tenido alegrías insólitas, he vivido en paraísos inenarrables, en dimensiones jubilosas irrepetibles. He sufrido dolores físicos y morales sin cuento. He sido adicto a muchos alimentos terrestres y aún divinos. He bebido los tragos más diversos del planeta. He contemplado paisajes exuberantes, he admirado la belleza en todas sus formas, he creído y descreído en muchos ídolos de aquí y de allá. He estrechado la mano de seres colosales de nuestro tiempo, de grandes hombres y de grandes mujeres, de famosos y de anónimos seres maravillosos. He cantado, escuchado, leído, admirado y soñado lo mejor de lo mejor de esta existencia. Me llamo Nicolás Aédo, por voluntad ajena, con todos los defectos del hombre y determinadas virtudes del mismo. Soy el marido de Bertha y el padre de Rodrigo y de Minana. Sobrevivo gracias a trabajos circunstanciales que desempeño desde la adolescencia, desde mensajero, cobrador, auxiliar de contabilidad de un almacén de discos hasta funcionario estatal. Escribo esta novela, o como quiera llamársele, con pasión, completamente desgarrado, en ocasiones contemplativo, pero siempre atento a la dirección de la palabra y a la sabiduría de la experiencia; claro y oscuro como el día y la noche, alucinado como un sueño místico y atolondrado como un niño en invierno. Espero poner punto final a este libro, Anabel, con la misma expectativa que sigue a todo punto final: perplejo, obstinado, confundido, pero en el fondo feliz, seguro que después de todo punto final volvemos a empezar, volvemos a soñar, volvemos a vivir.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Escritor, poeta y narrador colombiano, nacido en Santa Marta en 1946. Ha sido comentarista bibliográfico de Lecturas Dominicales, suplemento literario de El Tiempo de Bogotá (1979-2000). Nominado al Premio Internacional de Novela “Rómulo Gallegos”, en Caracas, Venezuela (1987), con su obra Las puertas del infierno. Premio “Aniversario Ciudad de Pereira”, por su novela El muro y las palabras, en 1994. Ha publicado varios libros de poesía ---El laberinto, Cantoral, Poesía dispersa, Rapsodia del caminante, Oficio terrenal, El libro de las visiones y La fiesta perpetua ---, una obra teatral, La muñeca nocturna y varios libros para niños. En 2004 el Gobierno de Chile le otorgó la Medalla de Honor Presidencial “Centenario Pablo Neruda”.